Devaneos del amor felino
Las últimas propuestas argentinas de animación digital habían dejado un gusto muy amargo en la boca, especialmente en todos aquellos que deseamos que alguna vez el género despegue y se afiance por estos horizontes aunque sea reproduciendo modelos foráneos (un mínimo de constancia alcanza y sobra). Obviando la desastrosa Plumíferos (2010) de Daniel De Felippo, los bienintencionados Norman Ruiz y Liliana Romero entregaron Martín Fierro (2007) y Cuentos de la selva (2010), dos obras fallidas, mientras que Gustavo Cova hizo lo propio con Boogie, el aceitoso (2009) y la presente Gaturro (2010).
¿Pero en qué estado nos encontramos exactamente? Se podría decir que superamos la prueba en lo que respecta al apartado formal, un nivel significativo que depende del presupuesto y la imaginación de los realizadores. Si bien Cova resulta tan anodino como en la malograda adaptación de la historieta de Roberto Fontanarrosa, aquí por lo menos levanta la puntería visual y ofrece un film prolijo que sustenta con eficacia la dialéctica entre fondos y personajes. Las penosas asimetrías que surgían al combinar dibujos tradicionales y CGI quedaron en el pasado, condenadas al baúl de los anacronismos fútiles.
Como estamos hablando de una coproducción conviene señalar que la asistencia en esta oportunidad llegó vía México, de seguro la parte responsable de la armonía plástica de la película y su pedigrí apto para la exportación. La puesta en escena y la estructuración general de las tomas son los rasgos más sólidos de Gaturro; en una segunda línea se superponen su interesante amplitud cromática, la precisión de los movimientos y la profesionalidad de todos los actores involucrados (por suerte las voces mantienen el equilibrio y no nos topamos con las típicas desproporciones de los intérpretes locales).
Sin embargo los éxitos no logran eclipsar la infinidad de problemas que arrastra el guión: ya viene siendo hora de que dejen de justificar los clichés más huecos y la ausencia de novedades con el asunto de que “nos dirigimos a niños chiquitos”, como si este argumento explicase la idiotez de los que estampan la firma (o quizás piensan que los verdaderos idiotas son los pequeños). El relato apenas si sigue el derrotero del protagonista en pos de volverse un gato televisivo para conquistar a su amor inalcanzable, una minina histérica llamada Agatha. La paupérrima creación de Nik se destaca sólo en materia de animación…