Gemelo siniestro

Crítica de Marcos Ojea - Funcinema

FINLANDIA LIGHT HORROR

Después de que uno de sus hijos gemelos muere en un accidente en la ruta, el matrimonio compuesto por Rachel (Teresa Palmer) y Anthony (Steven Cree) decide mudarse, junto con el pequeño Elliot (Tristan Ruggeri), a una casa antigua en los bosques de Finlandia. Lo que vendría a ser un nuevo comienzo para los tres pronto deriva en una sensación de creciente amenaza, sobre todo para Rachel, que parece ser la única que se da cuenta de los extraños comportamientos de su hijo. Porque no es solo el hecho de que Elliot se niega a aceptar la muerte de su hermano, si no que comienza a adoptar rasgos de su personalidad, a “transformarse” progresivamente en el hijo fallecido. Y todo esto bajo la mirada atenta de los habitantes del pueblo, cuyos ritos y costumbres ponen a Rachel en un lugar de extrañeza constante.

Dirigida por el finlandés Taneli Mustonen, Gemelo siniestro es una película que abreva en los lugares seguros del cine de terror, para luego optar por un camino que se aparta de la actualidad del género, aunque eso no termine reportando grandes resultados. El director y también guionista (en colaboración con Aleksi Hyvarinen) le imprime a la narración un ritmo pausado, excesivo en ocasiones, que recuerda a cierto terror de los 60/70, con la búsqueda de un efecto más psicológico que físico en la subjetividad del espectador. De hecho, hay mucho de El bebé de Rosemary en esta película, sobre todo a partir de que la trama ingresa en el terreno del horror satánico, no sin antes pasar brevemente por el horror folk, a la manera de The wicker man o la más reciente Midsommar.

Pese a una Teresa Palmer sólida en el rol de una madre que va cediendo a la desesperación, la lentitud reinante y los giros forzados durante la segunda mitad convierten a Gemelo siniestro en una experiencia plana y aburrida. Las influencias y las intenciones están a la vista, pero la película no se decide y va probando sobre la marcha, lo que termina por convertirla en un pastiche unificado por una bella fotografía y cierto espíritu anacrónico que no termina de consolidarse. Es evidente que a Mustonen no le interesan los golpes de efecto y los saltos en la butaca, pero su concepción del terror pareciera estar atrapada entre un sesgo autoral y la necesidad de volver a las fuentes. Una combinación que, más allá de dos o tres escenas realmente inquietantes, todavía no encuentra la forma óptima para expresarse.