Al igual que otro anime llevado a la pantalla, Attack on Titan, Ghost in the Shell, está técnicamente adaptado de los manga originales, pero toma inspiración de la primera adaptación, la del anime (especialmente en algunas secuencias), mientras que también se basa en elementos de su secuela y spin-off de televisión. El núcleo de la historia será familiar para cualquiera que haya visto la película de 1995 de Mamoru Oshii. Aunque la historia ha sido despojada de toda complejidad y segundas lecturas. Es Hollywood.
La Sección 9 es una división secreta del gobierno que investiga el delito cibernético y el terrorismo. La “Major” (Scarlett Johansson) es un cyborg, con un cerebro humano limpiado de memoria que controla un cuerpo completamente artificial, creado por Hanka Robotics.
Takeshi Kitano (lo mejor del film), interpreta al jefe Daisuke Aramaki, que supervisa la unidad, que también incluye el fornido Batou (Pilou Asbæk, de Game of Thrones), Major y el equipo son llamados cuando un oscuro hacker conocido como Kuze (Michael Pitt) comienza a perseguir a los empleados de Hanka.
Desafortunadamente Ghost in the Shell agiliza algunos de los elementos más impenetrables del original, haciendo más simplona la trama que por ende pierde sustancia. Los temas de privacidad, identidad, inmigración y terrorismo están ahí, pero sin el marco de importancia.
El director Rupert Sanders (Blanca Nieves y el cazador) demuestra poco interés en el desarrollo de sus personajes y la paleta visual se limita al neon japonés que ya vimos en mil películas, llenando la pantalla de detalles que parecen más un distracción que una decisión estética. Las escenas de acción sufren de la misma falta de inventiva, todo en Ghost in the Shell es predecible y chato.
El traje que lleva Johansson puede hacerla invisible, lo que es imposible no ver son las curvas que buscan emular al desnudo del anime. Johansson, que ya fue una alienígena con un rostro sin expresión en Under the Skin y una divertida genia mejorada genéticamente en Lucy, está perfecta aquí como un híbrido cibernético, eso si, sin los pathos del replicante visionario de Rutger Hauer en Blade Runner. En el terreno de las comparaciones, la mueca de Alicia Vikander en el exoesqueleto de Ex Machina persiste de una manera mucho mejor que la del personaje de Johansson. Los pronunciamientos de Major son planos y carentes de todo carisma y sólo Pitt maneja un tono de ansiado anhelo a pesar de las convencionales lineas del diálogo.
El casting caucásico causó controversia antes del estreno por el “blanqueo” al que Hollywood nos tiene acostumbrados, algo que sólo cambiará el día que la industria pueda producir su propia estrella oriental (seguramente nacido en Estados Unidos), mientras tanto en sus películas los orientales son figuras decorativas que les proveen de la cuota exótica necesaria. Es Hollywood.
Como tal, la película carece de un ancla emocional, y algunas de las revelaciones no se sienten como deberían. Todo lo que se siente es el deseo del estudio que este producto sea un éxito de taquilla. Ghost in the Shell sacrifica su calidad independiente y estatus de culto en un intento fallido de construir una franquicia. Otra más.