Luchá por él, papá
Una de las críticas más feroces que se le hacen al cine norteamericano es acerca de su liviandad. Pero esas son generalizaciones. Esta película tiene la prueba de que aun cuando se planifica todo para llegar a una gran cantidad de espectadores, puede mantenerse viva esa llama de intimidad que hace que las buenas historias se comuniquen con las emociones de los espectadores.
Gigantes de acero es una película que los niños de hoy probablemente recuerden mañana. Y algunos adultos también. Tiene el toque artesanal y sabe también vestirse de gala a la hora del gran espectáculo. Y tiene corazón. Un palpitante corazón metido entre las tuercas y tornillos.
Corre aproximadamente el año 2017. Los boxeadores han sido reemplazados por robots encima del ring y un ex luchador trata de sobrevivir en ese ambiente entrenando a sus propias máquinas, cuando todo parece estar a punto de irse a pique en su existencia: los acreedores perdieron la paciencia; su casi novia le está contando hasta 10; y sus bichos metálicos no dejan de morder la lona una vez tras otra.
¿Algo más? Sí. El nocaut definitivo parece acercarse cuando a Charlie, así se llama el sujeto, se le aparece Max, un hijo abandonado hace mucho del que tendrá que hacerse cargo por un periodo.
Pero a la mala suerte el tiro le sale por la culata. Max resulta ser un pequeño genio de la electrónica y de la nobleza y con su ayuda Charlie comienza a levantar el aplazo en la vida y a entender paulatinamente que él sí tiene algo valioso para darle a ese niño.
Justamente como un pugilista que sabe cuándo pegar, el relato se toma su tiempo para soltar una de las consignas más fuertes de este cuento: si hay alguien por quien verdaderamente debes pelear, papá Charlie, es por ese chico.
Magnífico en su realización visual, este largometraje lleva con altura el sello de los dos monstruos del cine fantástico que lo produjeron, Steven Spielberg y Robert Zemeckis.
Sensible e inteligente en su concepción, saca por fuera la magia que se esconde en las palabras, en las imágenes, o como se llame el vehículo expresivo de turno.
Adaptado al contexto del filme, Gigantes de acero, esta especie de Rocky del futuro metálico, logra sacarle a la chatarra un poco de algo intangible, que a lo largo de los tiempos recibió diversos nombres (moral, ética, principios) pero que de manera más modesta e imperfecta en el presente puede denominarse un mínimo parámetro para que lleven consigo los nuevos habitantes del mundo, que salen a caminarlo con el tesoro de quizá poder mejorarlo en algo apretado entre las manos.