Emiliano Fernández (A Sala Llena):
El regreso de la fauna mutante.
¿Qué ha sido de nuestra querida clase B, esa que nos alegró la infancia y la adolescencia con un sinfín de masacres artísticas, truculencias que harían sonrojar al Marqués de Sade y aquellas benditas exploraciones por la anatomía femenina, por cierto totalmente innecesarias a nivel narrativo? Vale aclarar que las epopeyas serie Z de ayer y hoy son idénticas, ya que hablamos de propuestas sinceras que constituyen un híbrido entre la furia actitudinal independiente y un esquema de producción símil mainstream aunque “rebajado” al margen de maniobra de un presupuesto reducido. Ahora bien, lo que sí ha cambiado es la visibilidad a la que pueden aspirar los proyectos y sus estrategias concretas de distribución.
Mientras que anteriormente el terror marginal solía acceder a la masificación a través de las pantallas alternativas y el mercado del video hogareño, en la actualidad pasó a ser consumido por un público muy limitado con los rasgos de una secta cinéfila que invierte la lógica que guía el accionar del espectador promedio contemporáneo, léase la pereza analítica y la ausencia de una verdadera curiosidad. Obviando el papel tragicómico de la web en este folletín, a veces positivo (difusión y debate) y en otras ocasiones negativo (banalización y mucha hipocresía), afortunadamente todavía podemos toparnos con un film como Glaciar Sangriento (Blutgletscher, 2013) dentro del circuito internacional de exhibición.
Continuando con las disquisiciones retro, la película en cuestión reinstala de manera más o menos consciente aquel acervo delirante con el que estamos encariñados: así encontramos un desarrollo general en éxtasis, actuaciones defectuosas, un tono algo esquizofrénico, monstruos repulsivos, inserts oníricos, una claustrofobia impredecible y hasta una “señorita comodín” corriendo a los gritos desde la mismísima nada. Los dos factores que fusionan tamaña ensalada son la coherencia expositiva y la falta de escrúpulos del realizador Marvin Kren, a quien no le tiembla el pulso a la hora de relegar a los CGI al campo de las tomas a distancia y centrarse en los animatronics para los primeros planos de las criaturas asesinas.
Este rip-off ambicioso y mordaz de El Enigma de Otro Mundo (The Thing, 1982) hace eje en los encargados de una estación de investigación ambiental, la visita de una ministra del gobierno al solitario emplazamiento y el hallazgo eventual de toda una fauna mutante producto de los glaciares de sangre del título. Si bien la obra arrastra unos cuantos problemas formales, resulta innegable su adrenalina, potencia discursiva y ese encanto malogrado que no veíamos desde la mucho más extrema Frankenstein's Army (2013). En función de que es imposible que llegue a la cartelera local un opus austríaco de horror, hoy debemos conformarnos y celebrar tanta violencia, la cual además se sustenta por sí sola…
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