La pasión más allá del divorcio.
Benditas sean las películas cuya estructura interna nos invita a la desproporción y el libre albedrío, combinando las capas significantes y/ o los factores que la componen y le dan sentido. Los desniveles cualitativos suelen aportar el empujón definitivo hacia la riqueza, ya que -cuando estamos ante un eje ideológico unificador- las inconsistencias de siempre dignifican la dimensión artística, ese amasijo polimorfo orientado a la imprevisibilidad, la revulsión y el acto mismo de interpelar al espectador. Gloria (2013) trae a colación esta fertilidad derivada de sus desajustes intrínsecos: el excelente desempeño de la protagonista Paulina García supera con creces a la realización en su conjunto, una obra de por sí loable.
En esencia hablamos de un retrato naturalista del personaje del título, una mujer de 58 años, y de la relación que inicia con Rodolfo (Sergio Hernández), un hombre apenas mayor. Como no se veía desde hace muchísimo tiempo, este pequeño film nos regala el encanto de la autenticidad cassavetiana, lejos de los ecos de Ingmar Bergman y Joseph Losey de los opus anteriores del director chileno Sebastián Lelio, y también trazando distancia para con las marcas de estilo de su compatriota y aquí productor Pablo Larraín, pensemos si no en las lúgubres Tony Manero (2008) y Post Mortem (2010). Hoy en cambio la experiencia exhala luminosidad y una energía sin parangón, todo gracias al enorme carisma de García.
A través de una profusión de planos cortos y diálogos lacónicos, la propuesta esquiva los latiguillos del paso de la mediana edad hacia la vejez y -desde la más pura sutileza- opta por centrarse en la posibilidad y los límites concretos de la pasión y el éxtasis más allá del divorcio. Sin las romantizaciones vacuas del “cine televisivo” o esas recurrencias en torno a los resabios de la dictadura pinochetista, el convite explota al máximo la expresividad del rostro de García, un verdadero oasis en lo que respecta a la construcción del régimen emocional dominante: la frescura de la protagonista es equiparable a su soledad, ya que tanto Gabriel, su ex marido, como Pedro y Ana, sus hijos, han edificado sus propias vidas.
Por supuesto que las alegrías y los sinsabores del affaire se corresponden con determinadas metáforas de la sociedad chilena actual, con Gloria representando un enclave relativamente progresista (el ansia de libertad va de la mano de la reivindicación generacional) y Rodolfo en el rol de un tradicionalismo paralizante (a pesar de una suerte de apertura afectiva, el susodicho no puede cortar el ciclo de dependencia alrededor de sus hijas y su ex esposa). En su tramo final el film se vuelca hacia una somnolencia festivalera que difumina en parte la vitalidad del desarrollo previo, no obstante el desenlace -y todo el episodio del paintball- restituyen el sarcasmo para con un colectivo global que entroniza la juventud y la idiotez…