Cuando vi la categorización y el póster de la película asumí que iba a encontrarme con un film mucho más liviano de lo que terminó siendo. Si sumamos las cintas anteriores de Stuart Blumberg como “Mi familia”, “Divinas tentaciones” o “La chica de al lado”, las sospechas tenían una base medianamente coherente. Pero la línea entre el cine y la realidad se borra cuando uno presenta a personajes más cercanos.
“Gracias por Compartir” nos enfrenta con un proceso de recuperación de una serie de adictos y lo que debería ser divertido (y es que ellos intentan hacerlo lo más liviano y esperanzador posible) se termina convirtiendo en triste. Frente a nosotros, los personajes que eran la insignia de luchar contra los demonios internos, se transforman de nuevo en marionetas demostrando que siempre están a un paso de volver a caer.
Esta es la historia de Adam (Mark Ruffalo), un adicto al sexo en recuperación que no sólo tiene a su padrino, sino que tiene los años suficientes como para ser el padrino de otro. En este proceso vemos no sólo a quién se lo toma seriamente, sino a cómo su apadrinado, Neil (Josh Gad), termina entrando en un estado de negación que lo hace cada vez más triste, esa idea de la degradación y de uso de su propio cuerpo.
La cosa se complica más para Adam cuando conoce a Phoebe (Gwyneth Paltrow) y quiere empezar una relación con ella quien ya se está recuperando de una enfermedad ¿Cuánto puede comprenderse el proceso de recuperación de un adicto? ¿Quién puede sentarse a juzgar al otro?
La película tiene una estructura bien clásica, donde la intriga de predestinación se nos presenta en las primeras dos secuencias, con lo que tenemos una idea de cómo va a terminar a los 15 minutos, pero está sostenida con un guión humano, donde no hay grandes monólogos ni grandes revelaciones y se priorizan las relaciones entre los personajes.
Ruffalo hace un buen papel, pero celebro mucho la participación de Robbins como Mike, ese padrino perfecto que no puede tolerar la gran mayoría de las presiones puertas adentro y el volver a ver a Patrick Fugit, aquel que ya nos robó el corazón en “Casi Famosos”, como este chico rehén de las adicciones y sin una gota de fe para una segunda oportunidad. Todos los personajes responden a los lugares típicos de este tipo de temáticas, pero funciona y los actores saben defenderlo: el niño perdido que busca una palmada de su padre, la madre sometida, el padre que no quiere darle otra oportunidad, el que corre de las relaciones por miedo a la intimidad, etc.
La fuerza del film está en dar peso a una adicción que hasta el día de hoy juzgan a ver si es realmente un desorden, como si uno tuviera el monopolio de los problemas y pudiera decidir o no quién es normal. La adicción al sexo no determina el éxito o canchereo de alguno de los personajes, sino la incapacidad de relacionarse porque, como toda adicción, te aísla del mundo real.