En un futuro quizá algo lejano, en la ciudad de "San Fransokio", conviven dos hermanos aficionados a la robótica y a la tecnología de punta. El menor de ellos, Hiro, descubre un filón en la pelea clandestina callejera de robots, y se ve seducido por ese submundo en el que fácilmente podría ganarse la vida. Pero el hermano mayor comprende que ese no es un buen futuro para Hiro, y decide introducirlo al Instituto Tecnológico (la universidad de San Fransokio) y presentarle a sus compañeros, nerds e inventores, soprendiéndolo con este nuevo mundo. Pero ciertos sucesos trágicos, de esos que nunca faltan en las mejores películas infantiles, dan un vuelco a la narración, convirtiendo de golpe al personaje en un adolescente decaído y huraño.
Todo este comienzo es notable; el antro de peleas de robots recuerda a los escenarios de la película Real Steel, y más adelante, en la universidad, cada uno de los secundarios está muy bien definido, con características claras y hasta una personalidad propia. Y eso que todavía no se impuso aún el robot, un personaje brillantemente diseñado, un grandulón inflable, torpe y encantador que causa gracia a cada paso. Desmesuradamente grande y panzón para sus funciones (unidad de medicina personalizada), su caminar fue inspirado en los toscos movimientos de los pingüinos. Este robot sanador, que aparece oportunamente y como por arte de magia en pleno bajón depresivo del protagonista, comenzará a secundarlo y orientará la trama hacia una búsqueda y una investigación. La idea de tener un amigo tecnológico que propone soluciones a cuanto problema se presente, se suma a la fantasía de ir por la vida acompañado de un ser con una masa corporal idónea como para intimidar a cualquier enemigo (se trata de un tópico repetido en películas como Mi vecino Totoro, El gigante de hierro y muchas más), y este acompañante no simplemente se desempeñará como un mero curador de los males físicos, sino como un auténtico reparador del espíritu en una situación de duelo; velando por su cuidado, orientándolo para mejorar su ánimo (lo hace salir al cruce, llama a sus amigos para que lo rodeen), y hasta poniéndose firme para impedir que el chico cometa graves errores.
Las escenas de acción son vibrantes, y recuerdan a películas como Los Increíbles o Los Vengadores, en el sentido en que son dispuestos varios personajes con atributos específicos, que combaten en un montaje paralelo trepidante, inteligente y dinámico. Asimismo, el humor funciona constantemente, ya sea en los gags (que involucran principalmente al robot), o en diálogos ocurrentes y con toques de absurdo.
El milagro se ha dado gracias a Disney, pero más específicamente y con seguridad a quien desde el año 2006 se ha convertido en su director creativo, John Lasseter (uno de los fundadores de Pixar y director de Toy Story 1 y 2), quien ha llevado a que la compañía haya mejorado sustancialmente desde entonces en sus producciones animadas (sólo hace falta revisar los títulos: Bolt, La princesa y el sapo, Enredados, la excelente Ralph el demoledor, entre otros). Como sea, Grandes héroes es diversión asegurada, con los agregados de sensibilidad y emoción necesarios para convertirla en mucho más que eso.