Pormenores de la mafia farmacéutica
Gringo: Se Busca Vivo o Muerto (Gringo, 2018) es la segunda y ambiciosa película como realizador de Nash Edgerton, un australiano que en esencia es conocido dentro del mainstream por tres factores: en primera instancia cuenta con una larga experiencia como doble de riesgo que se remonta a comienzos de la década del 90, además es el hermano menor -apenas por un año- de Joel Edgerton (sin duda uno de los mejores intérpretes trabajando en el mercado anglosajón de la actualidad), y finalmente debemos señalar que diez años atrás dirigió The Square (2008), una de las creaciones más interesantes inspiradas en el cine de Joel y Ethan Coen. Así como en la susodicha se sentía la influencia del costado más oscuro, suburbial y asfixiante de los norteamericanos, en esta oportunidad nos toca toparnos con la vertiente más sardónica y bien enrevesada de la carrera de los señores.
El guión de Matthew Stone y Anthony Tambakis combina elementos del policial hardcore, las comedias negras, los dramas de aventuras en tierras lejanas y hasta el cine testimonial orientado a denunciar la mafia de las empresas farmacéuticas en particular y cómo los conglomerados capitalistas se sirven de sus filiales en el Tercer Mundo para realizar los negocios ilícitos que no pueden llevar a cabo en sus casas matrices, lo que genera una propuesta caótica aunque por momentos apasionante que al mismo tiempo aprovecha y se embrolla en un relato de características corales. El eje narrativo es el pobre Harold Soyinka (David Oyelowo), un empleado de nivel medio de Promethium, un gigante del rubro de las droguerías con una planta productora en México que le vende a un cártel del narcotráfico y cuyo producto estrella es un comprimido de marihuana que vienen puliendo hace tiempo.
Los jefes de Harold, Richard Rusk (el inefable Joel) y Elaine Markinson (Charlize Theron), un dúo rapaz de amantes, están planeando una fusión/ venta y llevan al hombre con ellos en una visita a la planta mexicana, en donde dan instrucciones de dejar de venderle las píldoras de cannabis al cártel porque la compañía está por cambiar de dueños. Villegas (Carlos Corona), el cabecilla de los narcos en cuestión, no se toma bien la jugada y decide raptar a Soyinka con el objetivo de conseguir la fórmula del comprimido, mientras un Harold hastiado de todo finge su propio secuestro en México para cobrar un millonario seguro yanqui de asalariados en el extranjero y para vengarse a la par de Rusk, quien lo basurea a sus espaldas y ni le avisó de la fusión, la cual le puede costar su trabajo, y de su esposa Bonnie (Thandie Newton), quien se quiere separar porque tiene un affaire con otra persona.
Como buena propuesta que coquetea en simultáneo con la tragedia, el absurdo y el sustrato paradójico/ hilarante del destino y el sistema social en el que vivimos, basado en la cultura del “éxito” de las apariencias lustrosas y la explotación de siempre por debajo, el film va sumando personajes varios durante su desarrollo que potencian mucho la narración y la complejizan cada vez más, como por ejemplo Mitch (Sharlto Copley), el hermano ex mercenario de Richard y hoy encargado de encontrar y traer de nuevo a Estados Unidos al protagonista, Miles (Harry Treadaway) y Sunny (Amanda Seyfried), una parejita que está en tierra azteca también por las benditas pastillas y que se encuentra con Harold en diversos lugares, y Ronaldo (Diego Cataño) y Ernesto (Rodrigo Corea), unos mexicanos que de ser cómplices de Soyinka en su artimaña pasan a raptarlo en serio para vendérselo a Villegas.
La película podría haber sido muchísimo mejor pero la verdad es que a pesar de resultar algo derivativa, un poco larga y de no aportar nada novedoso a los géneros que trabaja, por lo menos es entretenida y sabe jugar con el límite entre la mesura y la sobreactuación de un elenco increíble. A contramano de tantos otros thrillers paródicos semejantes, aquí el protagonista no es un galán ni un héroe de acción ni una señorita vestida para la guerra ni un “estereotipo con patas” de la corrección política, sino más bien una persona común y corriente que planea desquitarse de sus superiores y de la lógica caníbal que los motiva (Oyelowo unifica naturalismo y humor sutil en un gran desempeño), lo que por cierto encauza al opus en su conjunto hacia el retrato sincero de un capitalismo en el que los ejecutivos son la apoteosis de la corrupción, los mandos medios son reemplazables o hasta carne de cañón, y el resto de empleados y subsidiarias apenas esclavos útiles que sostienen el esquema del enriquecimiento infinito a expensas de la vida y el sudor de los débiles…