La hipocresía de siempre
Si bien la necedad de las comedias del mainstream hollywoodense se instaló durante la década del 80, cortesía de los primeros ejemplos de una idiotez burguesa que celebraba su ideología de la no ideología, a decir verdad recién en las décadas siguientes se terminó de afianzar como una fórmula desde la cual se construyen prácticamente todas las “comedias livianas” que genera la industria, productos tan horrendos que por lo general mueren en la taquilla norteamericana y no llegan a exportarse (precisamente por ello cada año vemos menos y menos de estos esperpentos). Incluso así a veces nos topamos en nuestro sur con alguna de estas obras, en especial cuando las figuras protagónicas se consideran de por sí lo suficientemente convocantes y/ o cuando ya el mismo título aclara la premisa de base, no vaya a ser que la familia menuda no encuentre ese espejo tan anhelado en donde reflejarse.
El esquema es más o menos siempre el mismo: tenemos unos energúmenos de clase media -y algún que otro lumpen para condimentar el asunto- que se comportan como subnormales entregándose al consumismo, las groserías gratuitas, el chauvinismo, los estereotipos adolescentes, las tonterías por las tonterías en sí, el machismo o el feminismo de cotillón (depende del sexo de los personajes centrales), un conservadurismo bien de derecha que se maquilla con todo lo anterior y finalmente un “mega cinismo” que no se juega por absolutamente nada y siempre termina reafirmando los valores más regresivos y simplones de la familia, el mercado capitalista, el estado, los organismos educativos o cualquier otra institución de control atravesada por una crisis terminal desde hace mucho tiempo. Todo sabe a rancio, light y decadente en este tipo de productos del capitalismo retro marketinero.
Guerra de Papás 2 (Daddy's Home 2, 2017) es un representante por antonomasia de la vertiente en cuestión, con un título que nos aclara desde el vamos el trasfondo y con la presencia -confirmada por todos los posters- de Will Ferrell y Mark Wahlberg como las dos figuras paternas de un clan fragmentado, quienes a su vez deben padecer durante la víspera navideña a sus respectivos progenitores, interpretados por John Lithgow y Mel Gibson. Más allá del hecho de que uno ni por un segundo puede dejar de sentir lástima y vergüenza ajena por el elenco, sobre todo en lo que atañe al genial Lithgow, lo cierto es que cada supuesto chiste se anuncia a kilómetros a la distancia y para colmo cuando llega se parece a mil latiguillos similares que pretenden beber del manantial de la comedia física, la familiar, la romántica, la irónica y la correspondiente a las festividades de fin de año y sus miserias.
Lejos de cualquier mínimo indicio de sátira social o de inteligencia al momento de retratar los vínculos entre los protagonistas de turno, la película cae en todos los lugares comunes posibles, no incluye ni una idea original, resulta chabacana y mediocre a más no poder, es asimismo sumamente torpe y como si fuera poco aburre con sus múltiples redundancias y su falta de compromiso para con su propio planteo narrativo. No es una sorpresa que el realizador y guionista sea Sean Anders, responsable de las espantosas Manejado por el Sexo (Sex Drive, 2008), Ese es mi Hijo (That's My Boy, 2012), ¿Quién *&$%! son los Miller? (We're the Millers, 2013), Quiero Matar a mi Jefe 2 (Horrible Bosses 2, 2014) y la primera parte del presente mamarracho, Guerra de Papás (Daddy's Home, 2015). En la línea de la eterna inmadurez bobalicona de Adam Sandler o Judd Apatow o cualquier otro oligofrénico de la industria, el film derrapa tanto por su intrascendencia total como por un oportunismo trasnochado que deambula perdido entre las feel good movies, una epopeya familiar vintage y la hipocresía fascistoide de siempre que celebra la lobotomía acrítica…