Las vueltas de la fe
Las películas de Nanni Moretti siempre contuvieron algún elemento inesperado, inconformista, corrido de las expectativas del espectador. Ya sea por la vena política, por la audacia formal, por el uso de diálogos, de cámara, de personajes, de música, cada estreno suyo ha generado repercusiones. Ahora que los años pasaron, que el reconocimiento es general (con La habitación del hijo, en 2001, ganó la Palma de Oro en Cannes y fue nominado al Oscar como mejor película extranjera), las cosas parecen haber cambiado, pero no tanto. Las películas de Moretti ya no tienen esa apariencia inestable, fragmentaria, ágil que tenían sus primeras obras. El Moretti de madurez se ha acercado al clasicismo narrativo, con historias lineales, narradas con tiempos acompasados, sin saltos ni sobresaltos, con coherencia. Habemus papam sigue esta línea que abrió La habitación del hijo, y a eso le suma un tono de comedia ligera, con chistes sobre curas y una superficie colorida y brillante. Habemus papam es una película de apariencia amable.
Lo inesperado de esta nueva película de Moretti, entonces, parece ser la ausencia de esa postura abiertamente política (que había llegado hasta El caimán), de ese comentario sobre el mundo, una serie de parámetros y motivos que habíamos encontrado en su obra desde los comienzos. Cuando Moretti anunció el tema de su nueva película (un cardenal es elegido Papa, pero al momento de asumir el cargo sufre una crisis y no puede hacerlo; el Vaticano, entonces, se va obligado a llamar a un psicoanalista para que lo trate), habida cuenta de las opiniones abiertamente anticlericales y ateas del director, que Habemus papam sería un ataque frontal (como en El caimán Moretti había arremetido contra Berlusconi en una película que se estrenó la semana anterior a las elecciones) contra la Iglesia, el Vaticano, la fe (estructuras todavía muy fuertes en Italia y en el resto del mundo), todo aquello con lo que, sabemos, Moretti no está de acuerdo. Pero no fue el caso. Buena parte de Habemus papam transcurre dentro del Vaticano, pero no trata el tema del Vaticano y todo lo que implica. El Vaticano es, más bien, la excusa perfecta para el juego. En vez de criticar abiertamente o parodiar las estructuras y convenciones de la Iglesia, Moretti se vale de ellas para construir gags impecables, de trazo simple.
Una vez que es llamado al Vaticano, el psicoanalista (interpretado por Moretti) se ve obligado a permanecer encerrado con el resto de los cardenales en el cónclave, hasta que se resuelva el problema del nuevo Papa. Entonces, lo que tenemos es a Moretti enjaulado, esperando. El argumento (la elección del Papa, su crisis), parece existir en esta película solo en el principio y en el final. El resto, el centro, el cuerpo de Habemus papam es solo encierro y crisis. Sobre ese encierro de convenciones rígidas (estamos dentro del Vaticano), Moretti se dedica a construir chistes sobre curas, torneos de voley, charlas.
Pero esta apariencia sencilla convive con la crisis del nuevo Papa (interpretado por Michel Piccoli), que de pronto debe lidiar con algo que lo supera (tanto la elección para Papa como la crisis que desata esta elección). Este es el costado angustiante de la película, que tiene representación cabal, que convive con la parte ligera, que se adueña de los momentos musicales (siempre fundamentales en una película de Moretti).
Es cierto que en su nueva película Moretti no se dedica a atacar aquello que cree que tiene que cambiar en el mundo, pero ese no es su objetivo . Habemus papam (a pesar de la dimensión global del tema) es una película ínitma, como lo había sido La habitación del hijo. Los caminos de Moretti, nuevamente, han cambiado. A los gritos del viejo Michelle Apicella (protagonista de las primeras películas de Moretti) se opone ahora Habemus papam con sus largos silencios, sus gags físicos, su construcción prolija. No es lo que nadie esperaba de Moretti, pero es una maravilla.