En el nombre del hombre
Las películas más recientes de Nanni Moretti son por lo general de dos clases. Algunas, protagonizadas por él mismo, incluyen confesiones personales e interrogaciones abiertas acerca de cuestiones más o menos existenciales. Son filmes como Caro diario o Aprile.
Los otros largometrajes adoptan formatos más clásicos y son relatos ficcionados acerca de diversos temas, como La habitación del hijo , El caimán , o la actual Habemus Papa , a la cual en la Argentina le agregaron muy pícaramente el subtítulo El psicoanalista del Papa.
En este último filme, Moretti juega con el misterio de un modo inesperado. Imagina lo que sucede dentro del inaccesible Vaticano durante el lapso en que se elige al sucesor de Juan Pablo II. Y lo hace ?de un modo diferente al que mayoría esperaría.
He aquí lo que dijo con sus palabras Moretti: “Me gusta sorprender. Esperaban que atacara el Vaticano, que hablara de los escándalos financieros y hasta de los pedófilos. Claro que me informé sobre eso, y siento que la Iglesia perdió autoridad y credibilidad. Pero es mi guión, mi película, y son mis cardenales y mi ?Vaticano”.
En su historia, un cardenal que no estaba entre los favoritos es nombrado Pontífice (el delicioso actor Michel Piccoli), pero el simple hombre siente que no puede cargar con tanta responsabilidad, e ingresa en un pequeña o gran crisis que pone en vilo a la comunidad católica, dentro y fuera de la Santa Sede.
El más apremiado de todos, por su obligación de dar la cara ante la sociedad y la prensa, es el vocero vaticano, puesto en la piel de un exquisito actor polaco llamado Jerzy Stuhr, visto en filmes de Krzysztof Kieslowki como El decálogo y Blanco.
En los intentos por sostener al vacilante nuevo Papa, los ?vicarios convocan a un psicoanalista (encarnado por Moretti), advirtiéndole que han hecho una excepción pues la coexistencia de “un alma y de un subconsciente” es inaceptable para la Iglesia.
Y así va desenrollándose ?el filme, con varias sucesivas rupturas de los moldes que ?le permiten a Moretti romper algunas monotonías, y pintar con libertad y con nuevos trazos el mito del Vaticano secreto, jugando con figuras más amables e ingenuas, pero ?no superficiales, y buscando algunos nuevos significados en ellas.
“Me siento como Buñuel: soy ateo gracias a Dios”, declaró Moretti.
Esa técnica de lo inesperado le permite renovar varias veces el interés por el cuento, pero también demostrar su capacidad para otorgarle verosimilitud a hechos inventados sobre el Vaticano que, fuera ?de la sala de cine, parecían ?ridículos.
Habemus Papa no tuvo ni la aprobación ni el rechazo de la Iglesia, pero Moretti no trabajó en escenarios reales sino en locaciones alternativas y con escenografías montadas en estudios, y también con ?actores no profesionales. La ?recreación es muy buena en muchos sentidos.