Todos los caballos blancos
En un principio Rob Zombie había dicho que no estaba interesado en realizar una secuela de la ambiciosa Halloween, el comienzo (Halloween, 2007), su particular remake del film original de 1978 a cargo de John Carpenter. Pero el cansancio que le generó aquel proyecto pronto se disipó y el resultado final es Halloween II (2009), nueva reinterpretación de la vastísima “mitología Michael Myers”. Aquí el énfasis está puesto en el dinamismo de la caza y las motivaciones onírico- familiares- alucinatorias que dan sentido a lo ocurrido.
De hecho, Halloween II es a su antecesora lo que Violencia Diabólica (The Devil’s Rejects, 2005) fue a 1000 Cuerpos (House of 1000 Corpses, 2003): estamos hablando de una obra que traza distancia a fuerza de acotar la estética sobrecargada, reducir las citas cinéfilas e intensificar la crudeza formal. Más que el fetichismo dark, la carnicería psicologista domina el registro. Aún así Zombie mantiene la coherencia del desparpajo continuo combinando dosis exactas de hemoglobina, humor negro, traumas de todo orden y amor por el slasher.
Mientras que Laurie Strode (Scout Taylor-Compton) trata de recomponer su estado mental luego de un año de terapia inconducente, el bueno de Michael (Tyler Mane) llegando la noche de brujas padece el acecho de extrañas pesadillas en las que su madre, un caballo blanco y él mismo de niño lo incitan a reencontrarse con su hermanita perdida... El cineasta utiliza esta excusa para entregarnos una nutrida serie de mini- secuencias surrealistas de una esplendorosa imaginería visual (en especial se destaca la cena con la “gente calabaza”).
En esta ocasión el inefable Dr. Samuel Loomis (Malcolm McDowell) ha escrito un libro explotando los sucesos del pasado y la propia Laurie ha mutado de cándida adolescente a sobreviviente extrema. El relato no titubea en su brutalidad primordial, casi ingenua por momentos, y se juega de lleno por el enfoque más dramático de la violencia, el vinculado a las horrendas consecuencias que subsisten a través del tiempo. Con una macabra eficacia, la película trabaja la estupidez mediática y la angustia producida por los asuntos irresueltos...