Michael Myers vuelve en un mar de alaridos
Halloween II no logra asustar ni a los fanáticos
No, el gigantón y perverso Michael Myers no ha muerto. Ni lo hará mientras haya quien se proponga seguir agregando versiones, secuelas o clones escasamente memorables a la historia del psicópata que John Carpenter inauguró en 1978. Hace un par de años, y bastante mejor pertrechado que otros cineastas que frecuentaron el tema, Rob Zombie decidió volver las cosas al principio y proponer una remake de aquel clásico con Jamie Lee Curtis y Donald Pleasence, pero dándole otro curso. Entusiasmado con los resultados, emprendió ahora esta secuela que reanuda su historia más o menos allí donde había quedado la de 2007, en una atmósfera cada vez más oscura y brumosa y con una especial dedicación a ilustrar las espantosas pesadillas que abruman a la protagonista. Que son demasiadas y van perdiendo sorpresa a medida que se repiten a lo largo del film.
Los actores son los mismos (Scout Taylor-Compton, Tyler Mane, Malcolm McDowell); similar es la penumbra lluviosa que todo lo rodea, y por supuesto también las perversidades de Myers, aunque aquí la atormentada mente de la chica da para que delirios y realidades se superpongan y para que Zombie incorpore alguna variación sobrenatural más pretenciosa que eficaz.
La banda sonora provee tormentas, rock atronador, estruendos varios y silencios inquietantes, pero a la historia -expuesta sin excesiva atención a la inteligibilidad- le faltan suspenso y verdadera tensión, así como le sobran imágenes chocantes, exacerbada violencia a contraluz, sangre, vísceras y bastante sexo. Los ingredientes habituales, en suma, apenas favorecidos por el sentido plástico de alguna composición.
Hay (nunca faltan) guiños para los adictos al género, caricaturas en el dibujo de personajes (simpáticos como el de Margot Kidder; fastidiosos como el de Malcolm McDowell), y muchos, demasiados, alaridos. Lo malo es que salen de la pantalla, no de la platea.