Chatarra y capitalismo
En la interesante Hambre de Poder se unifican la fábula del sueño americano y el entramado oscuro de las estafas de la plutocracia en la que vivimos, una experiencia que le debe mucho de su éxito a la maravillosa interpretación de Michael Keaton como Ray Kroc, un oportunista que expandió la franquicia de McDonald’s a todo el globo…
La historia de Ray Kroc, uno de los parásitos más famosos de un sistema económico ya de por sí parasitario e injusto, no es distinta a la de otros “emprendedores” del capitalismo transnacional: para aquellos que no lo conozcan, vale aclarar que hablamos de la persona que perfeccionó y expandió hasta niveles insospechados la estructura de franquicias que diseñaron los hermanos Richard y Maurice McDonald, los verdaderos creadores del imperio homónimo centrado en la venta casi exclusiva de gaseosas, hamburguesas y papas fritas. Se ha escrito mucho con los años sobre el proceso a través del cual Kroc pasó a controlar la oferta de concesiones, luego los pormenores de la “cadena de montaje” de las hamburguesas y finalmente todo el negocio en su conjunto, desplazando y -en términos prácticos- estafando a los hermanos, así que llama la atención que Hollywood recién ahora haya tomado nota del asunto para construir una biopic sobre el señor y su singular cruzada.
Como era de esperar, Hambre de Poder (The Founder, 2016) es una película que arranca con un tono blanco que progresivamente muta en gris para terminar en un negro que se condice con el momento en el que el protagonista por fin muestra los colmillos sin ningún maquillaje. Las paradojas están a la orden del día ya que durante gran parte del metraje el director John Lee Hancock y el guionista Robert D. Siegel encuadran el desarrollo dentro de la típica fábula del sueño americano con un Kroc (interpretado por Michael Keaton) como un anodino vendedor de batidoras que ve la potencialidad del concepto culinario ideado por los McDonald para su local original de San Bernardino y que a posteriori debe luchar contra la falta de “ambición” del dúo, que prefería quedarse con una franquicia restringida a muy pocas sucursales y no deseaba comprometer la calidad de los productos. Con el objetivo de reducir costos y adquirir la marca, Kroc irá expandiendo su influencia.
El film es en verdad fascinante y está sostenido por dos factores que le juegan muy a favor: en primera instancia tenemos el trabajo de Keaton, el actor perfecto para el personaje porque sabe moverse en la línea divisoria entre la frustración profesional y un costado más tétrico símil ave de rapiña, y en segundo lugar viene la misma decisión de la propuesta de no endulzar el relato -durante su último acto- y llamar a las cosas por su nombre, lo que significa poner de manifiesto la alienación, la soberbia y la ausencia de ética del jerarca, un esquema que a su vez podemos rastrear en el séptimo arte hasta el inefable Charles Foster Kane de Orson Welles de El Ciudadano (Citizen Kane, 1941). También suma mucho al convite el excelente desempeño de Nick Offerman y John Carroll Lynch como Richard y Maurice y de Laura Dern como Ethel, la esposa de Kroc durante la década de los 50, una etapa reconstruida con una inusual falta de pomposidad para los standards norteamericanos.
Hancock continúa superándose a sí mismo y aquí deja en el pasado las correctas Un Sueño Posible (The Blind Side, 2009) y El Sueño de Walt Disney (Saving Mr. Banks, 2013), oscureciendo mucho más el retrato del protagonista en relación a lo que pudimos ver en la biopic anterior acerca de la colaboración entre P.L. Travers y el cabecilla del imperio de la animación y el entretenimiento infantil. A pesar de que la película no hace ninguna referencia directa al hecho de que -a nivel esencial- está sumariando la génesis de la universalización de la comida chatarra, eje de esa epidemia de obesidad que ataca a buena parte de la población mundial, por lo menos ventila los trapitos sucios de las consabidas “adquisiciones empresariales” del capitalismo, léase su tendencia hacia la concentración de índole caníbal, ad infinitum y cercana a la traición más cínica. Hambre de Poder es una epopeya sólida que retoma algunos elementos de la extraordinaria Red Social (The Social Network, 2010) para señalar que el robo de ideas es una práctica de lo más común dentro de una estructura política/ económica/ social que suele convalidar la brutalidad y el despojo escalonado, en especial cuando viene de la mano de magnates mediocres y oportunistas…