“Cuando uno se casa, las otras personas no desaparecen de la faz de la Tierra”, se justifica Horacio al enfrentar el conflicto principal de Happy Hour, del brasileño Eduardo Albergaria. El personaje que interpreta Pablo Echarri es un profesor de letras en una universidad de Río que, al sentir un cosquilleo por una alumna, decide consultar el potencial amorío con su esposa, una legisladora con ganas de convertirse en alcaldesa de la ciudad, interpretada por Leticia Sabatella.
La crisis existencial de Horacio se produce al convertirse, de la noche a la mañana, en una celebridad tras un hecho de inseguridad inexplicable. Albergaria no le presta demasiada atención a la lógica y verosimilitud de los episodios que deben enfrentar sus personajes, sino que se muestra mucho más interesado en las reacciones de ellos.
La película confronta a sus dos protagonistas por la manera que tienen de relacionarse con la mentira. Horacio se queda tranquilo pensando que decir la verdad es suficiente, pero eso es un lujo que no coincide con las aspiraciones políticas de su esposa, a quien Albergaria decidió llamar Vera. El cineasta también pretende reflexionar, sin demasiada complejidad, sobre el maniqueísmo periodístico y cómo los asesores políticos construyen candidatos.
Happy Hour deambula trastabillando entre distintos géneros sin conseguir hacer pie en ninguno. Los pasos de comedia, muchos de ellos a cargo de Luciano Cáceres, resultan incómodos, los conflictos dramáticos son superficiales, la intriga política es intrascendente y no hay pasión en el romance, tal vez por esa personalidad analítica de Horacio, que se vanagloria de su honestidad pero es un parlanchín egocéntrico que la película vuelve todavía más egoísta cuando encierra al espectador en su cabeza con una narración en off prescindible.