Los cibersoldados están al repalazo.
La desquiciada Hardcore: Misión Extrema (Hardcore Henry, 2015) se sustenta en dos premisas, la primera a nivel del contexto industrial cinematográfico y la segunda en lo que respecta al ideario y el engranaje del relato: partiendo del hecho de que el mainstream contemporáneo es francamente patético e insípido (lleno de películas ATP, caretas, lavadas y de poco vuelo conceptual, como los bodrios de superhéroes y las épicas tracción a CGI), en segunda instancia -y como consecuencia de lo anterior- el film eleva la experiencia cinéfila hasta horizontes insospechados (en dos tópicos siempre candentes, la violencia y el sexo, los cuales nos ayudan a medir la eficacia del porrazo que se le pretende propinar al espectador incauto). Para aquellos que todavía no lo sepan, vale aclarar que estamos ante una epopeya de acción furiosa rodada en un 100% desde el punto de vista del protagonista.
Ahora bien, los resultados son dispares pero levemente volcados hacia el saldo positivo, en especial debido a que la propuesta efectivamente revitaliza en parte los resortes narrativos de la testosterona del séptimo arte a través de la arquitectura general de los videojuegos de disparos en primera persona (como Wolfenstein, Doom, Quake, Duke Nukem o el Unreal, todos verdaderos clásicos entre el público adolescente masculino de la década del 90), no obstante no se puede pasar por alto que el recurso ya ha sido muy explotado durante los últimos años en otro género, el terror, y bajo otra colección de artilugios formales, los englobados en el “found footage” (es decir, en esencia somos testigos de una andanada de tomas subjetivas non stop -un mecanismo tan antiguo como el cine mismo- alrededor de una subdivisión por niveles/ tareas símil aquellos gloriosos first person shooters de antaño).
Como cabía esperar ante este panorama, la ópera prima del ruso Ilya Naishuller está repleta de asesinatos extremadamente gratuitos, sangre a borbotones, delirios argumentales de variada índole y una misoginia caricaturesca apenas solapada, en consonancia con una falta de prejuicios que celebra cada muerte -sin importar credo, edad o raza- con una carcajada. La historia casi no existe y se limita a girar en torno al despertar del personaje del título original, un cibersoldado amnésico y mudo que debe escapar de un ejército de mercenarios y fuerzas de seguridad a cargo del villano de turno, Akan (Danila Kozlovsky), todo a su vez con la ayuda del “saber experto” de un asistente que lo va guiando de masacre en masacre, Jimmy (Sharlto Copley). Entre la telequinesis homicida del primero y la infinidad de avatares del segundo, la obra hace gala de un ritmo vertiginoso que se lleva puesto a todos.
A Naishuller hay que darle el crédito que se merece porque lo que podría haber sido un recurso que se agota en los minutos iniciales, el realizador logra estirarlo/ exprimirlo con inteligencia hasta por lo menos la orilla de la primera mitad del metraje (sobre un total de 96 minutos). A partir de ese margen, cuando las subjetivas comienzan a cansar un poco, el director se decide a volcar el tono del opus hacia el campo de una comedia con elementos absurdos e irónicos, consiguiendo en el trajín rescatar a la película del tedio de la repetición y conduciendo este experimento a un final rimbombante en el que se termina de aniquilar lo poco que quedaba por aniquilar. Los otros dos grandes responsables de que Hardcore: Misión Extrema llegue a buen puerto son Timur Bekmambetov, quien “descubrió” a Naishuller, y el inefable Copley, una vez más aportando la esquizofrenia que hacía falta.
Si tenemos en cuenta que el Hollywood de nuestros días falla olímpicamente hasta cuando desea romper el ciclo de esa monotonía inofensiva que entronizan los representantes de la industria y sus testaferros en la crítica y algunos sectores del público, descubriremos que la propuesta cumple dignamente con su doble objetivo, respetando la dinámica lúdica retro (a decir verdad, los videojuegos de disparos en primera persona condensan muchas de las “inquietudes” de una masculinidad feroz y vitalizante que se opone a la bazofia pasiva de los jueguitos deportivos hoy en boga) e incorporando una visión alternativa a un género como la acción, que también había caído en la sonsera y el arte higiénico para burgueses conservadores (por más que sea rapiñando, como se comentó anteriormente, uno de los cimientos de los mockumentaries). Basta recordar obras recientes como Deadpool (2016), la cual desparramaba gore digital y no podía mostrar ni una sola teta: aquí Naishuller, en cambio, recurre a los “practical effects” durante la mayoría del metraje y nos regala una de las mejores secuencias del film en un prostíbulo, muy cerca de asignar un puntaje por bajas, esquivar prostitutas y lograr que muera el menor número posible de avatares de Copley…