Una mirada a la oscuridad
"Me deja fuera todo esto", decía un padre mientras hablaba con su mujer, quien sostenía una mochila, aparentemente de su hija, que apenas segundos atrás había abandonado la charla con sus padres, cambiándola por una corrida digna de atleta olímpica: gritando como una desaforada. La pequeña, de no más de 11 años, corría hacia su presa. El arranque de entusiasmo fue detenido por una valla y por unos empleados de seguridad. Los gritos colmaron la sala. Los padres de la niña se miraban incrédulos mientras el caos sonoro iba in crescendo. No eran los únicos: buena parte de los que no eran sub 18 y que formaban parte de la interminable fila de ingreso a la avant premiere del último film terminado de la saga hasta el día de hoy, supongo, pensaban lo mismo: “¿De qué se trata todo esto?”
Quizás esa pregunta final y esa afirmación inicial fueran una anticipación de lo que sobrevendría. Los fanatismos tienen ese aspecto tenebroso: hay momentos en donde nada se explica y el fanático se entrega atado de pies y manos. Algo similar había pasado con la segunda y tercera parte de la saga Matrix y con los dos primeros envíos de Star Wars (me refiero a Episodio I y II). El peligro del fanatismo, en parte, es que también demanda un conocimiento previo de todas las reglas y códigos para el entendimiento. Y quien no conoce o no entiende el código, simplemente se pierde en la vorágine de los gritos. Ese era uno de los aspectos que tenía que superar la primera mitad del último capítulo de la saga Potter.
Superada la paupérrima organización del evento y su escandalosa demora de dos horas para el ingreso a salas, lo central era disponerse frente a la pantalla y hacer de cuenta que se desconocían las películas anteriores. Desafiar, en alguna medida, la necesidad de ser como ese espectador geek-freak que pululaba con varitas de polietileno por los pasillos del Hoyts, haciendo de la tolerancia un bien preciado.
El film de Peter Yates cuenta con un componente problemático: un desagradable exceso de explicaciones, de cabezas parlantes e informativas, que asemejan los peores pasajes de la película a las charlas de Neo con la pitonisa en Matrix. Si a esto le sumamos una infinidad de términos que superan el conocimiento del espectador promedio, el asunto parece desbarrancar hacia un abismo hermético que no hace más que expulsar al espectador.
Pero, al mismo tiempo, esa concepción pobre del espectador como fanático, como si las siete películas fueran parte de un serial cinematográfico a lo Flash Gordon tiene su contraparte lograda. Harry Potter y las reliquias de la muerte - parte 1 comparte, junto a Harry Potter y el prisionero de Azkaban, una saludable tendencia hacia las persecuciones, a la itinerancia de espacios, al salto de mata que, contra todos los pronósticos, contrario a confundir al espectador (abrumado por nombres, términos, conexiones, traiciones varias y otros), genera un irresistible efecto de abstracción, una suerte de formalismo. Y de esa decisión surge una dinámica que es plenamente formal, una sucesión de viñetas y corridas, enfrentamientos y persecuciones que funcionan mucho mejor cuando no explican que cuando buscan dar nombre y sentido a cada uno de sus pasos. Es ahí en donde la película encuentra su objeto cinematográfico: en la plástica del movimiento, en la confusión de los enfrentamientos, en las persecuciones interminables, en los viajes teletransportándose de un lugar a otro del mundo. Ahí es donde la película está más cerca de esos ejercicios abstractos y materialistas que son algunos de los films de acción con Jason Statham que de las películas con nota al pie.
En esa tensión entre lo que debe explicar (recordemos que es un film industrial que no puede darse el lujo de expulsar espectadores nuevos o potenciales que acrecienten la franquicia), aunque se lo haga mal y aquello que se debe mostrar, y aquello que se mueve por tracción a imagen pura.
De esa tensión surge esta película esquizofrénica, que ahonda cada vez más hacia el costado más oscuro de la formación de Harry como un adulto (quizás en ese aspecto radica el éxito entre niños y adolescentes tardíos), que no se reprime escenas de cruel violencia y toca tangencialmente el estrato más radical de la invención de Rowling: que el ingreso a la adultez no es un lecho de rosas y que está plagado de violencia, destrucción y soledad, pero también de camaradería y resistencia ante los embates de las nuevas experiencias. Una mirada a la oscuridad también puede ser un atractivo objeto de marketing.