El pacifismo según Gibson
Hasta el último hombre (2016) es una propuesta intensa a nivel visual que hace de su desparpajo al momento de las secuencias de combate su principal fortaleza, circunstancia que asimismo le permite superar los estereotipos que enmarcan el desarrollo dramático…
Como no podía ser de otra forma tratándose de Mel Gibson, una vez más el señor entrega una película profundamente contradictoria cuyo corazoncito está ubicado en una suerte de derecha irreverente que confirma algunos valores tradicionales al tiempo que niega otros, todo un esquema de superposiciones que se extiende también a las minucias del relato. Aquí el australiano -de ascendencia norteamericana- construye una epopeya militarista light en sintonía con la decisión de centrarse en la historia real de Desmond Doss, el único objector de conciencia que recibió la Medalla de Honor de los Estados Unidos por su participación como rescatista médico durante la Segunda Guerra Mundial. Si por un lado el director sigue obsesionado con la representación más brutal y preciosista posible de la violencia, por el otro continúa en la búsqueda del trasfondo humanista y cierta misericordia.
La trama a rasgos generales toma prestados el andamiaje y algunos motivos de Nacido para Matar (Full Metal Jacket, 1987), una de las tantas obras maestras de Stanley Kubrick, con el fin de presentarnos una primera mitad de entrenamiento y una segunda parte de batallas, aunque ahora con el agregado de un prólogo que resuelve rápidamente el background del protagonista antes de enlistarse: así nos enteramos que Doss (Darcy Bryce de niño y Andrew Garfield en la adultez) por poco asesina a su hermano en una pelea, con el tiempo se obsesiona con el mandamiento “no matarás” -dentro de un ideario protestante dominado por la Iglesia Adventista del Séptimo Día- y eventualmente conoce a la chica linda de turno, Dorothy Schutte (Teresa Palmer), y se suma al ejército para “salvar vidas”, a pesar de la oposición de su padre Tom (Hugo Weaving), un veterano lúgubre y adicto al alcohol.
Así las cosas, la primera hora del metraje funciona como una versión un tanto mojigata de la propuesta de Kubrick, en esencia con el Sargento Howell (Vince Vaughn) y el Capitán Glover (Sam Worthington) presionando a Doss para que renuncie y no los ponga más en ridículo por su negativa a portar armas y a entrenarse los sábados. Durante la segunda mitad Gibson se siente más cómodo y se luce vía una serie de carnicerías a puro gore que retoman lo visto -en materia de osadía y desparpajo formal- en Corazón Valiente (Braveheart, 1995), La Pasión de Cristo (The Passion of the Christ, 2004) y Apocalypto (2006). Al igual que aquellas, Hasta el Último Hombre (Hacksaw Ridge, 2016) debe ser leída como una película paradójica porque es tan mezquina y maniquea a nivel dramático como interesante en el apartado visual, quitándole la asepsia al cine contemporáneo y sus insoportables CGI.
En este sentido, el realizador se enrola en la vieja escuela del séptimo arte centrada en la acción sin anestesia, la piedad inusitada y la mugre de las muertes en las trincheras símil La Patrulla Infernal (Paths of Glory, 1957). Por supuesto que en el aspecto ideológico el opus deja mucho que desear debido a que es tan chauvinista como casi cualquier otro film del mainstream de nuestros días (el pacifismo de Doss no incluye ningún cuestionamiento a la guerra o a la intervención concreta de su país, empezando por su misma presencia en el campo de batalla), no obstante lo compensa con la fastuosidad de la fotografía de Simon Duggan y las “preocupaciones” naturalistas del propio director (las masacres están perfectamente coreografiadas y ofrecen una sorpresa tras otra). Las redundancias religiosas, lo esquemático del personaje de Doss y las participaciones poco convincentes de Vaughn y Worthington quedan al final en segundo plano frente a la excelente labor de Garfield y de un Gibson que sabe cómo desatarse al momento de la furia bélica más árida y demencial…