En “Hasta el último hombre” (Hacksaw Ridge) Mel Gibson sigue a piejuntillas la estructura de muchas películas de guerra clásicas, como From Here to Eternity (1953, Fred Zinnemann) y Nacido para matar (1987, Kubrick) y sale airoso en la comparación.
En principio parecería irónico que Gibson, un director que demostró una clara fascinación y habilidad para mostrar violencia en la pantalla, asumiera una película sobre la vida y el heroísmo de un pacifista. Sin embargo, resulta ser el director natural para la historia, que, al igual que sus otras películas, gira en torno a un hombre que ha tenido una relación íntima con la violencia y cuya devoción a su fe y humanidad no conoce límites.
Después de una década sin hacer películas, el polémico actor y director no ha perdido el pulso, entregando una historia heroica, sangrienta, y descaradamente pasada de moda, que se remonta a un tiempo antes de que la hagiografía de Hollywood fuera considerada cursi.
La historia del cabo Desmond Doss (interpretado con encanto campesino por Andrew Garfield), un objetor de conciencia que se unió al ejército meses después del ataque de Japón a Pearl Harbor y se negó a tocar (y mucho menos disparar) un rifle, incluso durante el entrenamiento, aspirando a ser un médico en el campo, como dice el personaje “salvando vidas en lugar de tomarlas”.
“Hasta el último hombre” es la mejor película de guerra desde Rescatando al soldado Ryan (1998, Steven Spielberg). Es violenta, desgarradora e inolvidable. Y claro, fue dirigida por Gibson, alguien que disfruta llevar a primer plano a personajes que se sacrifican por un bien mayor, como su filmografía lo atestigua (Corazón Valiente, La Pasión de Cristo)
El primer acto cuenta la juventud de Doss (con flashbacks de su niñez) en una Rockwelliana Virginia, poniendo el relieve en un puñado de traumas formativos y epifanías morales que eventualmente lo llevaron a servir en el ejército de una manera sin precedentes. Sus creencias, además, le valieron un brutal abuso de parte de sus compañeros y superiores, aunque siempre mantuvo su compromiso con la no violencia, desde esta perspectiva, Gibson construye su héroe.
Una vez Okinawa, el lugar del enfrentamiento y ante el acantilado Hacksaw, luego de que su compañía retroceda durante la batalla y baje a un lugar seguro, Doss decide quedarse arriba, recorriendo el campo de batalla empapado de sangre de los soldados heridos, esquivando las balas y empujándose más allá de su umbral de agotamiento para salvar la vida de 75 hombres.
Gibson ha demostrado tener una especie de sed de sangre fílmica, una obsesión por glorificar la mutilación del cuerpo humano de forma gráfica. En este caso justificada para comprender lo aterradora y peligrosa que fue la misión de Doss. Las secuencias de batalla se sienten con la inmediatez de recibir un disparo en la cara en cualquier momento, y este sentido de urgencia proviene directamente de la espantosa pero precisa descripción de la muerte durante la guerra.
La angustia y la determinación en el rostro de Garfield mientras realiza la extenuante tarea representa el heroísmo de Doss en su estado más puro. Un rol increíblemente físico, que durante casi todo el tercer acto lo ve correr, arrastrarse, escapar, y básicamente dejar todo por el otro. El éxito de cualquier película biográfica se basa en la habilidad del actor principal para humanizar a quienquiera que esté encarnando, y Garfield no decepciona.
¿Tiene Hacksaw Ridge demasiada violencia? ¿Se deleita en sus interminables escenas de batalla? Ambas preguntas pueden ser respondidas con un rotundo sí. Afortunadamente, sí.
El guión de Robert Schenkkan y Andrew Knight, equilibra las emociones genuinas con la locura y futilidad de la guerra a través de los ojos de un hombre que creía en Dios sin cinismo.
“Hasta el último hombre” es la obra de un artista que parece íntimamente consciente de la relación paradójica entre la violencia y la fe que ha existido por siempre en la historia de la humanidad. En este sentido el Desmond Doss de Gibson es un digno sucesor de William Wallace y Jesús.