Lo inasible.
Históricamente gran parte de la comedia mainstream, ya no sólo hollywoodense sino a nivel internacional, gira en torno de un concepto de prosperidad bastante individualista que plantea un enfrentamiento entre un contexto disruptivo y la esencia del protagonista del momento. A diferencia de la lógica prototípica del drama, centrada en una especie de balance negociado entre ambas esferas que nunca desconoce los atropellos del mundo circundante ni las contradicciones internas del propio sujeto, la comedia en cambio por lo general hace todo lo posible para anular ese entorno considerado poco saludable, por lo que la historia en estos casos suele tomar la forma de un viaje terapéutico hacia la satisfacción.
Ya sea que hablemos de la anatomía de una señorita, los logros de una carrera eventual, el éxito en determinada competencia, un objetivo caprichoso de la trama o esa difusa “realización personal” vía tener un hijo, plantar un árbol y/ o escribir un libro, durante las últimas décadas el catalizador de turno ha ido volcándose cada vez más hacia el terreno de los manuales de autoayuda, la relativización ideológica más irresponsable y los gurúes del marketing del bombo decadente. Aún así, la dialéctica del facilismo y las recetas rudimentarias en ocasiones aparece un poco mejor articulada en obras que explícitamente se inclinan al retrato de los pormenores de un proceso de sanación más o menos concreto.
La presente Héctor en Busca de la Felicidad (Hector and the Search for Happiness, 2014) es un claro ejemplo de este catálogo de films que -desde el mismo título- abrazan el fetiche de tratar de asir lo inasible, como si nuestro estado de bienestar dependiese de una colección de aforismos escuetos y carentes de todo entramado analítico. De hecho, a ello se reducen las impresiones de Héctor (Simon Pegg), un psiquiatra que abandona su vida acomodada en pos de un periplo alrededor del globo tras esa definición escurridiza de la dicha. Las buenas intenciones de la propuesta y la actuación más madura de Pegg quedan opacadas por los golpes bajos, un metraje excesivo y la sonsera de la perspectiva principal.
Cada parada en el derrotero incluye una “estrella invitada” y un nuevo género abarcado dentro de la estructura formal del convite: en China conocemos a un banquero interpretado por Stellan Skarsgård (drama romántico), en África a un lord de la droga en la piel de Jean Reno (thriller con secuestro adjunto), y en Los Angeles Héctor se reencuentra con un viejo amor de juventud, la eficaz Toni Collette (comedia melancólica sobre la mediana edad). El director Peter Chelsom, quien viene de las vergonzosas ¿Bailamos? (Shall We Dance, 2004) y Hannah Montana: La Película (Hannah Montana: The Movie, 2009), levanta un poco la puntería pero tampoco redondea un opus sensato o verdaderamente interesante…