Vocación por asustar
De un tiempo a esta parte somos testigos de una suerte de renacimiento del cine de terror y suspenso de autor de la mano de realizadores como David Robert Mitchell, Robert Eggers, Jeremy Saulnier, Fede Álvarez, Cory Finley y Ari Aster, y en simultáneo de una reconversión -algo lenta pero firme- del aparato mainstream en general desde el fetiche de los fantasmas hacia un regreso al viejo y querido slasher, lo que por supuesto constituye un progreso porque pasamos del sustrato higiénico de los espectros vengadores tracción a CGI a la sinceridad artesanal de los cuchillos penetrando algún que otro abdomen. La movida, que responde al agotamiento de estos refritos del J-Horror y al hecho de que los slashers son muy baratos en términos presupuestarios, lamentablemente se enmarca en un contexto ideológico asexualizado y pueril en el que se habla mucho y se hace -y se exhibe- poco.
Hell Fest: Juegos Diabólicos (Hell Fest, 2018) es un típico ejemplo de los productos de esta fase de transición, esos que no se deciden a empardar el nivel de gore y desnudos de los representantes insignia del subgénero de las décadas del 70 y 80 y al mismo tiempo se muestran demasiado conservadores a escala formal como para incluir alguna variante sobrenatural que rejuvenezca al formato, en sintonía con las recientes y disfrutables Feliz Día de tu Muerte (Happy Death Day, 2017) y Verdad o Reto (Truth or Dare, 2018), o vuelque el asunto hacia el costado sexy/ morboso en serio, esquema visto en las también rescatables Better Watch Out (2016) y The Babysitter (2017). La historia se concentra en la visita durante Halloween de un grupo de seis jóvenes, tres chicas y tres chicos, a un parque temático de terror, lo que desencadena el acecho del loquito con máscara tétrica de turno.
Aquí estamos ante la segunda propuesta de Gregory Plotkin, un cineasta bastante mediocre que viene de entregar la impresentable Actividad Paranormal: La Dimensión Fantasma (Paranormal Activity: The Ghost Dimension, 2015), y por ello se entiende que el film incluso teniendo el potencial de destacarse, se quede en una medianía cualitativa que no pasa de las buenas intenciones y la colección de estereotipos de toda índole: precisamente, resulta interesante que se retome la premisa de Carnaval del Terror (The Funhouse, 1981), de Tobe Hooper, para jugar con la frontera entre la realidad y la ficción por un entorno que invita a la confusión y a que nadie le asigne importancia a los ruegos de ayuda, no obstante la ejecución no termina de aprovechar el binomio compuesto por la “vocación por asustar” de los actores del parque y la propia del psicópata, siempre camuflado entre los primeros.
Dos puntos a favor de la película son la mínima presencia de Tony Todd, veterano del género y famoso por interpretar al villano de Candyman (1992), y la química palpable entre el elenco, en especial la correspondiente a las amigas Natalie (Amy Forsyth) y Brooke (Reign Edwards). Sin ser mala aunque tampoco llegando a un eventual “aprobado”, Hell Fest: Juegos Diabólicos es una obra anodina, rutinaria y apenas entretenida que debería haber sido menos políticamente correcta para con el género femenino (el horror no se lleva bien con la mojigatería, la cual peca de pusilánime), debería haber apostado por desnudos concretos en vez de verborragia aséptica infantiloide (por suerte aquí, dentro de todo, no encontraremos esa catarata de frases bobaliconas de otros enclaves del mainstream) y debería haber incrementado la locura para dejar de lado una progresión muy monocorde y previsible (la única verdadera excepción es el desenlace, uno que reafirma aquello de que los sádicos son esquizofrénicos y se ocultan en la esterilidad de los clichés de la burguesía).