La gran bestia del apocalipsis
A diferencia de esa fosa séptica llamada cine tradicional hollywoodense de superhéroes, el resultado de dos décadas de un proceso conjunto de repetición y banalización ad infinitum de lo mismo, las dos adaptaciones de Guillermo del Toro de 2004 y 2008 de Hellboy, el querido cómic creado por Mike Mignola, se abrieron paso como obras de arte íntegras y de una enorme coherencia, capaces de conjugar los engranajes de la fantasía símil cuento de hadas y la figura de los antihéroes verdaderos, esos que arrastran penas y culpas que nunca pueden curar/ pagar del todo. Si bien esta nueva traslación, ya con el mexicano de lado, se nos presenta como un reboot, en realidad es una remake camuflada compuesta de los films previos en una especie de 2x1 que no llega al nivel de calidad de antaño aunque tampoco pasa vergüenza porque sustituye la magia gótica por una efervescencia truculenta sin freno.
Un componente adicional que nos permite disfrutar de Hellboy (2019) es que constituye en sí el regreso al cine de Neil Marshall, una de las grandes promesas del cine de horror y acción de la década pasada luego de entregar las muy adictivas Dog Soldiers (2002), El Descenso (The Descent, 2005), Doomsday (2008) y Centurión (2010), una serie de trabajos que se vio cortada por una mudanza de nueve años al ámbito televisivo por encargo: su presencia fue definitivamente crucial para que el protagonista titular, esa “gran bestia del apocalipsis”, no sufra el típico y patético lavaje del mainstream con vistas a agradar a la legión de oligofrénicos que adoran la corrección política, la idiotez y el eterno refrito de clichés de los tanques multitarget de nuestros días, apuntalando en cambio una fiesta gore permanente en la que dominan masacres sinceras y un tono narrativo lúdico bien aceitado.
La historia vuelve a pasar por la condición de Hellboy (David Harbour reemplaza con carisma y eficacia al genial Ron Perlman) de arma que puede ser utilizada por los hombres en la agencia paranormal de turno o por la fauna subrepticia de la oscuridad en sus intentos esporádicos de vengarse de la humanidad a raíz del “detalle” de siempre, resumido en la costumbre de los bípedos de explotar y/ o aniquilar a cualquier entidad que califiquen como “diferente”. Ahora la villana es Nimue (una esplendorosa Milla Jovovich), bruja que siglos atrás fue traicionada por el Rey Arturo y Merlín y que hoy es traída de vuelta por Gruagach (Stephen Graham y Douglas Tait), un humanoide porcino que a su vez se la tiene jurada a Hellboy por haberlo privado de una vida normal. Junto a la médium Alice (Sasha Lane) y al agente Ben Daimio (Daniel Dae Kim), el rojo intentará detener la catástrofe que se avecina.
El guión de Andrew Cosby no es precisamente la apoteosis de la originalidad porque en esencia retoma el hiper trabajado mito de Excálibur y lo acopla a la idiosincrasia irónica y mundana/ callejera del cómic de Mignola, logrando una aventura entretenida y feroz que hace propios los estereotipos narrativos y las leyendas anglosajonas -de hecho, casi todo el film transcurre en el Reino Unido- al no tomarse en serio a sí misma y plantearse desde el vamos como un cuento sardónico acerca del equivalente a un lumpen trabajando para burócratas burgueses y sintiéndose un traidor para con los suyos, paria entre los humanos y “bicho raro” entre todos los bichos raros. Aquí por suerte las secuencias de acción no son interminables y muy redundantes, como sucede en los bodrios de Marvel y DC, ya que están orientadas a condimentar el relato más que a suplirlo con ampulosidad boba gratuita.
Como decíamos antes, Marshall no se muestra remilgado como tantos otros realizadores e impone sin medias tintas su amor por el grotesco sanguinario, la evisceración, el humor negro y las amputaciones al paso, a sabiendas de la potencialidad sarcástica del personaje central y su mismo carácter de sicario maquillado especializado en amenazas de enormes proporciones. Este sustrato de “clase B con presupuesto” que juega a dos puntas, entre la algarabía del terror y el derrotero mitológico freak, es el que consigue rescatarnos una y otra vez del tedio estándar del cine comercial norteamericano para llevarnos al campo de lo remanido disfrutable que por un lado no desdibuja el espíritu de las películas de Del Toro y por el otro sabe cómo balancear el delirio, la pompa, el melodrama, la comedia y hasta un humanismo de fondo que apuesta a la igualdad y se planta contra los fanáticos homicidas…