La construcción de un mito
Los 12 trabajos de Hércules no fueron realmente 12, y los monstruos a los que supuestamente venció, o eran gente disfrazada o animales particularmente grandes; en realidad el tipo era fuerte pero iba bien acompañado de un fiel equipo de guerreros que le ayudaba a "montar", mediante trucos, sus hazañas heroicas. Como buen mercenario que era, sí se metía en toda clase de trifulcas riesgosas, pero lo hacía a cambio de nutridos sacos de oro. Por sobre todo, Hércules tenía un primo que era muy bueno contando cuentos y aún mejor inventándolos, y su rol era hacerle de gerente de marketing, apuntalando el mito y convirtiéndolo así en un ídolo para las masas. Si bien algunos crédulos se tragaban estas hazañas fantásticas, otros simplemente las tomaban simplemente como lo que eran, buenas historias.
Basada en el cómic de Steve Moore, esta película plantea esta interpretación de la leyenda, o una especulación de cómo podría haber sido, de existir realmente, el verdadero Hércules. Ese juego de construcción de mitos, esta batería de trucos e ilusionismo que los personajes despliegan para infundir temor en sus enemigos, es una de las partes más interesantes del planteo. Asimismo, el reclutamiento de Hércules y de los suyos por parte del rey de Tracia para aprovechar la fama del paladín y entrenar y darle ánimo a sus tropas supone un inteligente giro del libreto. Partiendo de esta versión, vuelve a construirse una anécdota de la que nos gusta, con héroes poderosos y hazañas espectaculares. Esta vez la humanización del semidiós y la explicación de sus "poderes" provee una base más terrenal y creíble, y desde allí se da rienda suelta a la imaginación forjando una ficción alternativa, en rigor muy poco creíble, pero libre de los elementos fantásticos que suelen poblar esta clase de películas.
Uno de los puntos más altos está en las batallas, que retoman lo mejor de épicas como 300 y El señor de los anillos; cobra presencia ese perfil bestial y caótico de cuerpos embistiéndose y fuertes encontronazos, pero sin cámaras lentas grandilocuentes o detallismos inútiles, sin abusos de digitalización, sin monstruos, con regimientos filmados al aire libre y cámaras que se entremezclan en la dinámica de la contienda, con un montaje preciso que permite comprender quién pelea y contra qué, cómo vienen alineadas las tropas y a qué bando pertenecen. Las batallas son, en definitiva, un espectáculo especialmente claro, vívido y vibrante.
El director Brett Rattner ya había demostrado sus virtudes narrativas con entretenimientos notables como El dragón rojo y Robo en las alturas, y contra todos los pronósticos logra un espectáculo refrescante, dotado de personajes atractivos, una historia llevada con interés y buen ritmo. No será una obra maestra ni mucho menos, pero sin dudas levanta con dignidad el promedio de los tanques mainstream que nos llegan semanalmente.