¡Trabajadoras del mundo, unías!
Después de un lindo recorrido festivalero, la ópera prima de los argentinos Camila Menéndez y Lucas Peñafort, ganadora del Premio ADF a Mejor Fotografía en el último FIDBA, es, entre otras cosas, una delicada oda a la solidaridad.
Un hombre con un hacha, corta un árbol laboriosamente. El árbol finalmente cae y permite a sus cabras comer el follaje en un paisaje desértico. Este es el primer plano de Hermanas de los árboles (2019). Unos minutos después, una familia en su casa, al borde del abismo formado por una gigantesca mina de mármol, se pregunta si va a poder seguir viviendo ahí.
Estas dos secuencias resumen uno de los dilemas centrales que se plantea la película: a veces, para sobrevivir, se mata lo que es fuente de vida. Y se pregunta: ¿Cuál es la solución a eso? ¿Desde lo individual, lo colectivo?
Piplantri. Pequeño pueblo de Rajasthan, India. Sus mujeres se enfrentan a un doble problema. Por un lado, la mina de mármol, fruto del capitalismo salvaje, tiene consecuencias sobre el ecosistema: el acceso al agua escasea, hay sequías y las plantas crecen con dificultad.
Por otro, su condición de mujer en su día a día. La película se enfoca en particular sobre un real problema social en India, donde la llegada de una niña, sinónimo de dote obligatoria, implica un peso económico altísimo para la mayoría de la población. Muchas familias deciden entonces matar a las recién nacidas para evitarlo.
Frente a esto, algunas habitantes de Piplantri deciden actuar y fundan un fondo de ayuda para las madres de recién nacidas. Además, deciden con el alcalde que cada nacimiento de una niña será acompañado por la plantación de 111 árboles.
El espectador sigue a estas mujeres y su lucha para el presente de su pueblo pero también para las generaciones futuras. La filmación de esta batalla es púdica. Sin voz en off, ni textos o placas explicativas, deja existir las voces de sus protagonistas pero sobre todo sus acciones. El equipo de la película parece haber construido una relación de confianza con sus personajes que aceptan la cámara. En este sentido, es una pena que su presencia no esté explicitada.
Desde las discusiones en asamblea, hasta el mantenimiento de su fábrica autogestionada de productos a base de aloe vera, la organización laboral de estas mujeres es impresionante. Su emancipación pero también la salvación del pueblo parte de esta organización y solidaridad laboral. De ahí, la película construye un interesante tríptico entre el grupo de trabajadoras; los árboles que ellas plantan, fértiles, lujuriantes; y la cosmogonía hindú, donde las figuras principales son diosas.
A partir de la historia de este pequeño pueblo de Rajasthan, la película presenta problemas universales. Las palabras de las protagonistas sobre la empresa titanesca que implica ser mujer (criar a los hijos pero también trabajar y administrar la casa) entran en resonancia con la vida de muchas de cualquier lugar del mundo. Así, la película lleva consigo un mensaje claro, pero siempre lejos de toda tentación moral.