El cine argentino tiene una importante tradición en lo que se refiere a comedias. Pero la gran mayoría, incluso las más satíricas, están orientadas a todo público, de manera que hasta los chicos puedan disfrutarlas. Estaba faltando salvajismo y audacia, como en algunos exponentes españoles, y es imposible no nombrar a Álex de la Iglesia a la hora de mencionar un estandarte. Eso cambió hace unos años, cuando las producciones nacionales de género independientes comenzaron a apostar por un combo violento y humorístico. Diablo, de Nicanor Loreti, y con apoyo del INCAA, es el mejor y más reciente ejemplo.