“Histeria” nos cuenta, esencialmente, el nacimiento del primer prototipo de consoladores femeninos, algo que con variantes de por medio también hizo la pieza teatral “En el cuarto de al lado”. Aquí el doctor Joseph Mortimer Granville, casi por casualidad, descubre que un artefacto eléctrico de limpieza produce un agradable cosquilleo en su cuerpo, algo que podría serle en extremo útil para aliviar la distensión muscular que sufre su mano al estar constantemente satisfaciendo el deseo sexual de las mujeres que se acercan hasta su consultorio en busca de un alivio para la histeria.
Tristeza, insomnio, angustia, falta de deseo, irritabilidad o pérdida de apetito: sin importar los síntomas, la histeria era el diagnóstico. A finales del siglo XIX flotaba en el aire una necesidad de experimentar y descubrir nuevos dispositivos que mejoraran la calidad de vida, y este pequeñito aparato se convirtió en la revolución de la Inglaterra victoriana.
Inspirada en hechos reales, lo que no significa que todos los sucesos de esta propuesta dirigida por Tanya Wexler sean verídicos, todo comienza en el Westminster Hospital en 1880 en el momento en que Granville decide renunciar ante la imposibilidad de educar a sus superiores en los peligros de las infecciones causadas por bacterias. Por aquel entonces, que los gérmenes fueran los responsables de infectar las heridas era considerado un sinsentido. El joven médico, agotado en su lucha por expandir sus creencias a fuerza de ser descalificado constantemente, decide emprender nuevos rumbos. Es aquí que la historia del deseo comienza.
Esta época, en la cual los intelectuales se consideraban parte de una revolución médica de grandes avances, resultaba tener una mente bastante estrecha. Para darnos un baño de realidad y convicciones, allí está Charlotte, el fuerte personaje encarnado por Maggie Gyllenhaal, quien se revela ante la obligación de ser una mujer objeto, vacía y sin propósito en la vida.
Histeria, a fin de cuentas, es una comedia que encuentra sus mejores momentos en la relación de Hugh Dancy (carismático, talentoso y atractivo actor) con sus insaciables pacientes y con un irreconocible Rupert Everett, hijo de su mecenas. Por el contrario, el nivel de la película cae en su última media hora, cuando se decide por un tono solemne alejado de lo visto en los primeros sesenta minutos.