En una comunidad cerrada en los alrededores de Buenos Aires, más que disfrutar de la seguridad que les da vivir protegidos de cierta amenaza que se intuye, pero apenas se manifiesta a través de señales dispersas, el grupo de burgueses dueños de casas rodeadas por gigantescos parques parece sobrevivir en medio de un permanente estado de sitio. El calor del verano es abrumador, los cortes de luz, frecuentes; los ascensores se detienen; las alarmas se encienden sin que nadie las ponga en marcha; un patrullero policial cae bajo una tormenta de barro venido de no se sabe dónde, y otro auto es interceptado por un hombre desnudo que le sale al cruce al llegar a una cabina de peaje. Nada importa tanto en el film como transmitir esa atmósfera de inquietud, de presagio, de violencia, de agresión (desde el principio los insultos y las palabrotas van y vienen entre los miembros del grupo; no todos son los dueños: entre ellos también están los pertenecientes a una clase más humilde, que les sirven de criados).
Salvo alguna frase que los insinúa en el comienzo, durante la larga secuencia del helicóptero que sobrevuela el escenario de la acción, no se apunta a los hechos que generan la paranoia y el miedo sino a la paranoia y el miedo en sí. Naishtat filma lo más difícil: el sentimiento, como si al exponer al espectador a vivir ese estado en abstracto, sin explicarle su origen ni comprometerlo emotivamente en una historia, lo empujara a reflexionar sobre sus propios miedos.
Y quizá también a analizar en qué consisten y de dónde provienen. ¿Se trata del miedo a perder lo que se posee, sea lo que fuere? Por algo, en algún momento, durante una reunión (¿familia?, ¿amigos?, ¿fiestas de fin de año?, poco importa: el realizador descarta todo lo explícito), alguien propone un juego que no es tan inocente como parece: se trata de que cada uno responda un par de preguntas: "¿Qué te gustaría ser?", "¿Qué te gustaría tener? No todos se atreven a contestarlas. Quizá sólo los que perciben cuánto de sí mismos revelarían con sus respuestas.
La idea es ambiciosa -basta reparar en el título-, provocativa y exigente para el espectador, y si en su realización Naishtat no hace demasiado para facilitarle el acceso, en cambio, pone en evidencia talentos diversos en la búsqueda de un lenguaje personal desde su sensibilidad para la concepción de imágenes cargadas de elocuencia hasta el inteligente empleo del sonido, fundamental en la creación de climas perturbadores y de un montaje que -salvo en algunos momentos de la segunda mitad y en el discutible recurso de la larga escena en la oscuridad- es determinante de la tensión que la película mantiene hasta el final. Igualmente, habrá que señalar su firmeza en la conducción del heterogéneo -y en general eficaz- elenco.