La Película Que Quiso Ser Todo
Jackson, Mississippi, inicios de la década del ’60. Una joven blanca proveniente de una familia adinerada, aspirante a escritora y empleada como redactora para una columna de consejos de limpieza bajo un falso seudónimo, decide comenzar a escribir una novela que exponga el punto de vista que tienen las mucamas afroamericanas sobre sus empleadoras, señoras blancas que las explotan y humillan. Partiendo desde esta premisa podría producirse una película interesante, con un guión profundo, quizás tardíamente comprometida, o… algo como esto.
Tate Taylor, un joven y nuevo director Hollywoodense (pero con todas las de querer), es el responsable de esta película que nunca define su género, que cuenta con un guión previsible y fallido -basado en la novela escrita por Kathryn Stockett-, que por momentos pareciera presumir de “histórica y comprometida” pero comete errores verdaderamente graves, que desaprovecha a buenas actrices como Viola Davis, Allison Janney e incluso a la nueva revelación Emma Stone, empañadas por una dirección de actores demasiado estereotipada para una historia que también pareciera presumir de profunda y dramática. Personajes que terminan siendo absolutos y llegan a rozar lo caricaturesco llevan el tono del filme a la comedia, sobre todo los secundarios como la malvada muy malvada de Hilly interpretada por Bryce Dallas Howard o la buena muy buena de Celia interpretada por Jessica Chastain, banalizando el relato e impidiendo una evolución dramática.
Decir que el guión se limita a girar en torno a la sinopsis dada en el primer párrafo, profundizando sobre la problemática planteada, sería falso. En las dos horas y media que dura (sí, quizás lo peor de todo) la historia va y viene de la risa al llanto más trillado queriendo abordar todo tipo de conflictos como la persecución racial sufrida por la población negra estadounidense, los mandatos sociales padecidos por la mujer americana media y el costo de rebelarse a ellos, la violencia doméstica, el aborto y van… pero todo en un entorno azucarado de niñas millonarias caprichosas y aburridas que tienen hijos como juguetes para que sean criados por estas empleadas de color que heredan como si de un bien se tratara, y a las que les hacen construir baños apartados porque “tienen enfermedades distintas”.
Podríamos decir que los deslices cometidos por el guionista y director serían factibles de ser obviados si la película estuviera presentada desde la mirada de una de estas jovencitas republicanas, pero lo que resulta imperdonable es que la subjetividad del relato está presentado desde la mirada de Aibileen (Viola Davis), una mucama que pasó toda su vida criando a niños ricos mientras su hijo le era arrebatado por un país que los excluía, perseguía y asesinaba.
La música utilizada en mayor parte de forma no diegética (es decir, agregada artificialmente a la escena, no justificada en el plano) compuesta por Thomas Newman, se convierte en un acompañamiento meloso que no hace más que acentuar todo lo explicitado. No pareciera haber un uso artístico de ninguna de las ramas de la cinematografía, pudiendo quizás sólo rescatar el vestuario, la puesta en escena y la fotografía, que de todas formas no dejan de ser de manual de propaganda norteamericana.
Si no fuera por cuestiones de edición esta crítica hubiera sido resumida con un simple: obvia comedia dramática con supuesto mensaje. No hace reír, no hace llorar, cuando lo intenta utiliza artificios tan transitados que no llega a lograrlo. Increíble que transcurra en el mismo estado y en la misma década que la Mississippi en Llamas de Alan Parker.