La ficción asesina
El director y guionista noruego André Øvredal se hizo conocido en el ámbito internacional del cine de terror mediante dos películas muy logradas que lo posicionaron en el radar de muchos espectadores, Trollhunter (Trolljegeren, 2010), una parodia camuflada de los guardaparques/ servidores públicos y sin duda una de las mejores realizaciones del found footage a escala planetaria, y La Morgue (The Autopsy of Jane Doe, 2016), una epopeya claustrofóbica y minimalista en la tradición del mejor John Carpenter. Su segundo film en el mercado anglosajón es el trabajo por encargo Historias de Miedo para Contar en la Oscuridad (Scary Stories to Tell in the Dark, 2019), primera adaptación para la gran pantalla de la célebre colección de historias de espanto para niños de Alvin Schwartz, señor que supo concebir una trilogía de libros intitulados Scary Stories to Tell in the Dark (1981), More Scary Stories to Tell in the Dark (1984) y Scary Stories 3: More Tales to Chill Your Bones (1991), opus hoy considerados clásicos de su rubro por las generaciones siguientes.
Aquí en esencia el europeo funciona como un testaferro de Guillermo del Toro, quien hace las veces de productor y de artífice de la idea original junto a Marcus Dunstan y Patrick Melton, un trío de hierro que opta por una trama englobadora en vez de entregar una típica antología de horror en sintonía con aquellas de Amicus Productions: el resultado es un film muy correcto que sin embargo no puede ir más allá de los clichés de base del formato de los slashers sobrenaturales de “grupo de adolescentes que por accidente desatan una maldición o despiertan un alma atormentada y bien furiosa”, detalle que en esta oportunidad está compensado por un desarrollo sin estupideces hollywoodenses (no hay chistecitos bobos, los personajes no son caricaturas, el cancherismo y el cinismo no dicen presentes, etc.) y un maravilloso diseño en lo que atañe a los monstruos en sí (muy cercanos a la imaginería gótica y voluptuosa del mexicano, un fan en serio del terror y no otro de esos empleados de los grandes estudios yanquis que no sienten amor por absolutamente nada de lo que hacen).
Todo transcurre en 1968, en el pueblito de Mill Valley del Estado de Pensilvania, donde tres amigos adolescentes del secundario, Stella Nicholls (Zoe Margaret Colletti), Auggie Hilderbrandt (Gabriel Rush) y Chuck Steinberg (Austin Zajur), en la noche de Halloween deciden vengarse del abusador del colegio, Tommy Milner (Austin Abrams), lo que desde ya deriva en que tengan que escapar y hasta se encuentren con un misterioso extraño un poco mayor que ellos, Ramón Morales (Michael Garza), un muchacho que está de paso por el lugar. El grupo decide explorar la mansión derruida de la hoy desaparecida familia Bellows, algo así como los oligarcas fundadores de Mill Valley, y en una habitación oculta hallan un libro con cuentos de terror de la hija de la parentela, Sarah (Kathleen Pollard), a quien los locales adjudicaron la muerte de niños por envenenamiento. Stella, ella misma una escritora amateur, pronto descubre que historias de horror varias se escriben solas en las páginas como por arte de magia y que los protagonistas no son otros que sus allegados y amigos, quienes terminan esfumándose de la faz de la tierra a posteriori de ser acechados por espeluznantes criaturas que se remontan a sus temores más profundos y/ o obsesiones.
El guión en sí fue escrito por Kevin Hageman y Dan Hageman y no brilla precisamente por su originalidad, no obstante trabaja con respeto el ideario de cada personaje y echa mano con inteligencia del viejo ardid de la comarca de los sustos centrado en transformar a cada muerte en una metáfora de una de las paradigmáticas características de los seres humanos, así tenemos decesos -o intentos de asesinato- que representan a la soberbia, el escepticismo, la vanidad, la histeria, la cobardía y la culpabilidad. Obviando incluir una buena tanda de gore porque al fin y al cabo este se supone que es un proyecto destinado al target infantil/ adolescente, Øvredal construye una buena interpretación en imágenes de lo que vendría a ser una odisea clasicista de espectros y monstruos acechantes pasada por el tamiz de Del Toro, lo que significa que estamos ante un humanismo que combina el realismo social con una iconografía tétrica símil Hammer Productions o los engendros de la Universal. Sin llegar a lo mejor del cine del mexicano o el noruego, la obra es un buen ejemplo de película disfrutable mainstream hecha con corazón, garra y cariño, ofreciendo personas reales como protagonistas en vez de estereotipos con patas que no generan ni un gramo de empatía…