Selva urbana
Con Historias napolitanas (Bagnoli Jungle, 2015), presentada en la 31º Semana de la crítica de Venezia, el italiano Antonio Capuano hace de su Nápoles natal el escenario y el personaje principal de un cuento coral, donde lo real se choca, quizás demasiado fuerte, con lo onírico.
La película sigue instantes de la vida de tres habitantes de la ciudad de Bagnoli, parte del gran Nápoles. El tiempo corto de la historia (todo sucede en un solo día) y las edades de los personajes (tres hombres: un joven saliendo de la adolescencia, un cincuentañero y un señor ya al crepúsculo de su vida) dan ganas de ver en esta estructura un retrato de cierto sector de la Italia actual.
Este formato coral de la película permite una fluidez en el relato. En efecto, Giggino, Antonio y Marco, que dan sus nombres a las tres partes de la película, no se quedan fijados en sus capítulos respectivos, sino que circulan también entre las historias, haciendo lazo, y creando sentido. Así, en una de las escenas más lindas, Antonio (tal vez el personaje más logrado porque el más complejo) acepta por fin ceder a Marco su famosa camiseta de Maradona, que el joven tanto reclamó. Marco se la prueba enseguida y empieza a patear una pelota de basket encontrada. Surge ahí una transmisión – una circulación – entre dos generaciones, acompañada de un movimiento de cámara muy fluido. De hecho, tenemos por momentos la sensación de que la película es un largo plano secuencia.
Esta larga y meticulosa observación de los protagonistas, y de las personas con quien se van cruzando a lo largo de sus rutas, reviste una tendencia neorrealista: la de mostrar al más cercano posible la realidad del Sur de Italia, históricamente despreciado de los poderes públicos, y donde la austeridad poscrisis de los últimos años pegó particularmente fuerte.
Este naturalismo, que inclusive inserta momentos documentales como la procesión religiosa o la manifestación final, funciona y adquiere cierta poesía en este movimiento constante y difuso. Pero la película falla ahí donde quiere reconciliarlo con elementos oníricos, que aparecen forzados, como si quisiera haber insertado un poco de Fellini, cueste lo que cueste.
En todos casos, Historias napolitanas perturba, incomoda. Por momentos totalmente despojada de belleza, hasta da asco. Pero esta estética irritante hace ruido, y se vuelve una reminiscencia pegajosa, como el olor a pulpo que Giggino deja quemar en su cacerola.