Un homicidio ideal.
Respetando el encadenamiento de las últimas décadas de películas tan autoindulgentes y sencillas como entrañables y extremadamente necesarias, si sopesamos el estado de una industria cinematográfica cada vez más empobrecida, el flamante opus de Woody Allen gira en torno a los interrogantes que han marcado a buena parte de la vertiente dramática de su carrera, esa que comenzó con el díptico conformado por Dos Extraños Amantes (Annie Hall, 1977) e Interiores (Interiors, 1978). El libre albedrío, el azar, la ética y la carga del devenir cotidiano dan vida al trasfondo de Hombre Irracional (Irrational Man, 2015), una nueva reformulación por parte del neoyorquino de uno de sus pivotes, Crimen y Castigo de Fiódor Dostoyevski.
Joaquin Phoenix interpreta a Abe Lucas, un profesor universitario -con una importante depresión a cuestas- que descubre de manera aleatoria su “misión” existencial, esa que lo rescatará del alcoholismo y la apatía en las que está sumido por un cúmulo conscientemente ridículo de tragedias personales. Así las cosas, en un bar escucha una conversación que lo impulsa a considerar que el mundo sería un lugar mejor si matara a determinado miembro del sistema judicial. El contrapeso moral será su alumna Jill Pollard (Emma Stone), otro de esos típicos personajes femeninos del Allen contemporáneo: su quijotismo y curiosidad la llevarán a vislumbrar el maquiavélico plan de Lucas y luego a investigar sus movimientos.
Mientras que en los primeros minutos se entretiene coqueteando con la comedia romántica basada en el esquema profesor/ alumno, a posteriori el director tuerce el volante hacia un tono intermedio entre el planteo distante de Match Point (2005) o El Sueño de Cassandra (Cassandra’s Dream, 2007) y la levedad efervescente de Misterioso Asesinato en Manhattan (Manhattan Murder Mystery, 1993) o Scoop (2006), esquivando a la vez la gravedad y el sarcasmo non-stop de antaño. Otro punto de referencia que no podemos pasar por alto es La Soga (Rope, 1949) del eterno Alfred Hitchcock, de la que el realizador toma prestada la premisa de un homicidio/ experimento con vistas a probar una hipótesis social.
De hecho, el traspaso del plano ideal a la praxis ocupa un lugar preponderante en la obra de Allen, parodiando nuevamente al pobre diablo de turno mediante las inesperadas tribulaciones que va encontrando en su camino. En Lucas se unifican diferentes versiones de ese burgués erudito que el cineasta ha trabajado con anterioridad, desde el entusiasta que bordea el fanatismo hasta el presuntuoso que termina atrapado en una espiral de incidentes que él mismo creó. Luego de tantos años, aun hoy sorprenden la inteligencia y la fluidez del casi octogenario, quien sigue obsesionado con todos los coletazos de la responsabilidad individual y el rol que le suele caber a la pedantería en el amasijo de la estupidez humana…