El Woody Allen nuestro de cada año esta vez vuelve a poner en el foco la filosofía de Dostoyevski. Con una temática que ya trató de manera brillante en Crímenes y pecados y en la menos efectiva Match Point, la película que decide estrenar este año es quizás una de las más maduras y logradas de su filmografía más reciente.
Lo nuevo del director comienza como un drama ligero romántico. En él, Abe, un profesor de filosofía que hace tiempo que no le encuentra el sentido a la vida y se encuentra en su vida con problemas como el alcohol y la impotencia sexual, llega a una universidad nueva donde conocerá a una joven estudiante, Jill, brillante y muy bonita que se enamorará de él inmediatamente. Él está interpretado por el siempre brillante Joaquin Phoenix, actor que además con su filmografía ha demostrado saber elegir proyectos y directores para los cuales trabajar. Ella está interpretada por Emma Stone, segundo protagónico consecutivo con Woody Allen, esta vez aportando una actuación mucho más fresca, natural. La nueva musa está más linda y magnética que nunca, hechizando con su sola sonrisa.
A Jill le enamora no sólo las ideas de su nuevo profesor de filosofía sino la figura de un hombre que sufre. La diferencia de edad, tema recurrente en la filmografía de Allen, no sólo no es un problema sino que ni siquiera se tiene en cuenta. “Es muy radical, muy original. Lo amas o lo odias”, lo define ella a Abe. Lo que destaca a esta pareja son otras diferencias, como las que él le resalta como elogio en su ensayo, las veces que sus ideas se contradicen.
Pero mientras Abe se entrega al alcohol y vive cada día de manera mecánica y sin interés alguno, aparece otra profesora, Rita (Parker Posey), también inmediatamente atraída por él, casada, con quien él intenta tener algo pero no funciona. Con su estudiante, en cambio, prefiere alejarse, más allá de que lo precede la fama de acostarse con sus alumnas.
La perseverancia de la joven, quien va dejando de lado a su perfecto novio de su edad para acompañar constantemente a Abe en diferentes actividades y largas conversaciones, lleva a que casualmente sean testigos a través de una conversación de bar de la historia de una mujer a la que le van a quitar la tenencia de su hijo por culpa de un juez corrupto. Desear no alcanza, para que las cosas sucedan hay que actuar, se dice Abe. Ahí hay algo que recuerda también a Extraños en un tren.
Por primera vez Abe parece encontrarle el sentido a su vida. Y el tema de la moral cobra importancia. La moral y los diferentes puntos de vista que uno pueden tener al respecto. Abe comienza a cuestionarse, ¿puede estar mal hacer algo que a la larga va a convertir el mundo en un lugar un poquito mejor? ¿Si hacemos algo que está mal pero por una buena causa merecemos ser castigados o deberíamos ser absueltos? Jill representa lo racional, aunque por algún momento juegue a ser transgesora y aventurera, y Abe es el hombre irracional al que da título la película.
Lo último de Allen es además una película sobre las decisiones que tomamos y las consecuencias que éstas pueden traer y aprender a asumirlas como producto de nuestro actuar. A la vez le suma algo sobre lo que el director ya se ha explayado tanto en películas como en entrevistas y tiene que ver con el papel que ocupa la suerte, la casualidad, en la vida del ser humano. Si dependemos tanto de la suerte no somos libres.
Es así que a partir de la segunda mitad la película va tomando tintes más oscuros y profundos, pero siempre con el tono ligero que mejor le sienta al director. Y la resolución quizás sea incluso más madura que las de las otras dos películas a las que inmediatamente rememora el film, mencionadas Crímenes y pecados y Match Point.
Irrational man quizás no esté en el top de las mejores películas de Allen pero sí entre sus mejores últimas películas. No se acerca lo suficiente a esa obra maestra que es Crímenes y pecados, pero es la conjunción perfecta de una historia oscura con tintes románticos (al mejor estilo Allen, para quien el amor nunca es rosa). Además, el trío que conforman Phoenix, Stone y Posey se luce en conjunto y por separado. La música y la fotografía terminan de complementar una historia quizás ya contada pero, como dijo Jarmusch, la cantidad de historias por contar es finita, la manera de contarlas es infinita, y Allen sigue teniendo cosas nuevas para aportar.