La cobardía institucionalizada.
Si uno tuviese que explicitar la premisa central de Home (2015), aunque sin dar demasiados detalles en lo que respecta a los protagonistas y el MacGuffin de turno, cualquiera podría pensar que estamos ante una especie de “drama exacerbado” que transcurre durante la Segunda Guerra Mundial, estereotipos cinematográficos mediante (como si sólo los europeos hubiesen arrastrado cadenas a lo largo de la historia). Nuevamente el séptimo arte -y/ o el sustrato cultural en general- demuestra su enorme capacidad de adaptación: el film comienza con un ejército invasor destinando a campos de concentración a los habitantes locales y disfrutando sin el más mínimo tapujo de las posesiones confiscadas a los cautivos.
Pero lo verdaderamente curioso es que el asunto no termina allí, sino que va más allá en su planteo narrativo a partir del desliz de un personaje, quien envía por accidente un mensaje hacia fuerzas enemigas, un bastión bélico todavía más cruento que tiene por hobby perseguir y masacrar a los usurpadores. Ahora bien, las promesas se magnifican cuando ponemos de manifiesto los pormenores de la faena: aquí los seres humanos están recluidos en Australia (una ironía considerando el destino que el Imperio Británico le dio al lugar), la milicia de ocupación es una horda de extraterrestres azules, y el “mensaje” de la discordia se reduce a una invitación para una fiesta en la casa de Oh, un alienígena bastante ingenuo.
Como el mundo no gira con la mera presencia de buenas intenciones y sin una tanda de complementos de toda clase que las respalden, Home dilapida rápidamente las expectativas acumuladas y cae en el atolladero habitual de gran parte de la animación mainstream de nuestros días. En lo que parece un ciclo infinito, una y otra vez nos topamos con propuestas de distintos orígenes, tanto hollywoodenses como de tierras aun más lejanas, que desean inyectar nueva vida a fórmulas de antaño sin poder evitar un esquema conceptual poco desarrollado, adalides huecos, chistes extremadamente derivativos, los típicos secundarios bufones, una empatía que brilla por su ausencia y muchas escenas de acción de medio pelo.
Quizás lo más destacable del opus de Tim Johnson sea esa pretensión -algo simplona, por cierto- de construir una parodia de la cobardía institucionalizada dentro de la sociedad invasora, cuyos representantes hacen una constante apología de sus destrezas para con el escape y las variantes de una doctrina que le rehúye al peligro vía la “salida hacia adelante” del saqueo/ colonialismo espacial. Lamentablemente ni los errores verbales de Oh ni la liturgia del paria, condición que comparte con Tip, su compañera humana de aventuras, nos salvan de un tedio que responde a esa misma falta de osadía que los guionistas Tom J. Astle y Matt Ember le adjudican al paladín azulado y su heroicidad kitsch, de segunda mano…