Elogio de la servidumbre:
El plano general muestra la costa de Mumbai, capital financiera de la India, lo cual sitúa las profundas desigualdades sociales de esta ciudad, revelando la pobreza cerca de la playa y al fondo los grandes edificios de lujo. Hasta esta costa llega una lancha con seis jóvenes comandada por una voz en off, perteneciente al cabecilla de una organización fundamentalista pakistaní que permanece fuera de campo a lo largo de toda la película. La voz en off los muestra serenos e inconmovibles a la hora de cumplir con su misión y dar su vida por Alá. Estamos en el año 2008, cuando sucedieron una serie de atentados simultáneos y coordinados en puntos claves de Mumbai: la estación de tren, un popular Café y el majestuoso Hotel Taj Majal. Los sucesos tomaron por sorpresa a la policía local, no preparada para afrontar eventualidades de esta envergadura, que tuvo que esperar a la llegada de las fuerzas especiales del ejército desde Nueva Delhi para poder hacer frente al desastre. Este es el contexto que da inicio a Hotel Mumbai: El atentado (2018), opera prima del realizador australiano Anthony Maras, ficción basada en acontecimientos reales que se detiene especialmente en el atentado al emblemático hotel.
En paralelo a que los empleados del hotel se organizan de acuerdo a las ordenes del gerente para recibir a los huéspedes del día (a quienes consideran Dios para poder tolerar y responder a sus extravagantes demandas), el director muestra la organización del grupo terrorista que, comandado por la voz del líder, se distribuye, se camufla y comienza su misión disparando indiscriminadamente hacia la gente en la estación de ferrocarril. Empleados del hotel y terroristas quedan igualados en cuanto a provenir de estratos humildes y no poder optar más que por una posición servil bajo las ordenes de Otro (los unos en pos de un sueldo para sostener a sus familias, los otros por la promesa de dinero para sus familias, consecuente con su acto sacrificial).
Los jóvenes terroristas toman el lujoso hotel, tan alejado en confort a lo que hayan podido acercarse en sus cortas vidas, y tanto los huéspedes de diferentes nacionalidades como los empleados quedan tomados como rehenes que deben ser liquidados uno a uno de acuerdo a las ordenes del líder fundamentalista. El tono que adopta el film es de acción y supervivencia, pues se trata en adelante de cómo se organizan los rehenes para resistir y escapar de la carnicería terrorista, apuntando por supuesto a la tensión y la emotividad del espectador al colocar como protagonistas y héroes a Arjun (Dev Patel), un mozo de uno de los restaurantes del hotel, padre de familia con una hija y su esposa embarazada; y a David (Arnie Hammer), huésped americano, casado con una mujer musulmana, cuyo bebé ha quedado en peligro en la habitación al cuidado de la niñera. El director intercala en diversos pasajes el tratamiento periodístico de los acontecimientos a través de lo que los huéspedes y ciudadanos en las calles ven en las pantallas televisivas, y en el tramo final emplea imágenes documentales y fotos de archivo, ensalzando el heroísmo de los empleados del hotel que pusieron en riesgo su vida para salvar a muchos de los ricos huéspedes, en una suerte de celebración de la servidumbre.
El líder terrorista justifica ante los jóvenes musulmanes la acción que van a realizar culpando a Occidente por privarlos de toda riqueza. Es cierto que la premisa del capitalismo es la acumulación del capital en manos de unos pocos, la cual requiere y funciona con la exclusión y segregación de muchos. Pero es la propia maquinaria del sistema capitalista la que funciona así independientemente de las personas que la encarnen circunstancialmente, de ahí que la mayoría de las victimas de los atentados de Mumbai hayan sido en realidad ciudadanos hindúes, quizás con algún bien valioso que perder (cierto dinero, la familia), pero en el fondo tan excluidos del gran capital como los terroristas. El efecto de retorno de la segregación por parte los mercados es entonces el odio. Con la matanza de occidentales, ese odio apunta a eliminar el modo de goce diferente del semejante. Reducido el otro a menos que un animal, al estatuto de desecho, es que se hace posible que estos adolescentes, victimas del entrenamiento recibido en la organización terrorista en pos de promesas vacuas, se conviertan en carniceros implacables, sin temor ni piedad alguna, del mismo modo que lo serán fuerzas del ejército hindú para con ellos. De uno y de otro lado no hay lectura de que el Mal no está en los otros, sino en ellos mismos, cada vez que responden con odio hacia el vecino.
Hotel Mumbai funciona en tanto película de entretenimiento, donde las escenas que apuntan a generar tensión y emoción resultan efectivas. La pretensión de un tono desideologizado, tratándose de un fenómeno tan complejo y delicado como el terrorismo fundamentalista, sin lectura ni profundidad alguna en las causas por las cuales el capitalismo produce este tipo de respuestas por parte de Medio Oriente, y reduciendo la cuestión a un homenaje a los empleados del hotel que perecieron por salvar a los huéspedes adinerados, es aquello que debilita a la película, banalizando una temática que merece ser tratada con mayor responsabilidad artística.