Como “Cinema Paradiso”, pero en la Inglaterra de la década del ‘80.
Imperio de luz está narrado desde el punto de vista de Hilary Small (Olivia Coleman), una mujer que trabaja en el cine Empire, aunque socialmente es muy solitaria. Su vida cambia cuando llega el nuevo empleado llamado Stephen (Micheal Ward), en el cual compartirán secretos y construirán una bella relación, a pesar de las adversidades. Contado así nomás parece un drama romántico, sin embargo hay algo más allá de lo que se ve a simple vista.
Yendo a los detalles técnicos, el film de Sam Mendes (mismo que dirigió dos para la franquicia del agente 007, protagonizado por Daniel Craig) vuelve a enamorarnos a través de la fotografía que corre por cuenta de Roger Deakins, apostando entre planos abiertos para apreciar los espacios y planos cerrados cuando los personajes hablan, ante una predominancia de tonos cálidos y oscuros con el propósito de acentuar tanto el clima como las situaciones que atraviesan los personajes. Mientras el montaje de Lee Smith mantiene un ritmo in crescendo en varias ocasiones para que el clímax cumpla su objetivo, el score vuelve a tener en cuenta a la dupla Trent Reznor y Atticus Ross, cuya combinación produce un efecto de empatía, extrañeza, melancolía y esperanza.
Por último, pero no por eso menos importante, se destacan las actuaciones, además de los ya mencionados, de Colin Firth, Toby Jones y Tom Brooke, al salir de su zona de confort demostrando otra faceta que, al menos yo, no creía capaz de ver.
En líneas generales, esta cinta de 119 minutos logra impactar no solo en el acting y la buena química con el cast elegido, sino en lo visual y en los temas a tratar, que no dejará indiferente a nadie. Un homenaje al séptimo arte, como pantalla para abordar problemáticas sociales y mentales.