Imperio de luz es una de esas películas que tienen todos los condimentos tanto para ser muy “oscarizable” como para que quede en nuestras retinas (y corazones) como una carta de amor al cine. Y, sin embargo, se queda en el camino.
Sam Mendes es un genio absoluto y eso no se discute, nos ha dado obras fundamentales en los últimos 25 años, pero aquí no consigue lo que se propone.
Porque de buenas a primeras se le notan los hilos al film: el querer calar hondo en el cinéfilo de sangre en un homenaje (con vivencias propias del director) de la experiencia de ir al cine, de ese mundo y esos personajes.
Pero todo aquello se pierde un poco en el drama que también se plantea a través de las relaciones de sus personajes y del contexto social (o racial) en ese pueblo inglés a principio de los 80s.
Ahora bien, el elenco es fenomenal y Olivia Colman compone, tal vez, el papel que más me ha conmovido e impactado de toda su carrera.
Colin Firth también está genial haciéndose odiar, pero la otra parte del film recae sobre Michael Ward, quien puede llegar a tener un gran futuro en Hollywood.
Aún así, lo máximo para destacar de este estreno es la dirección de Mendes, quien logra crear una atmósfera sobrecogedora y opresiva que hace sentir al espectador como si estuviera en el mismo escenario que los personajes.
Lo malo es que no se destacará en su filmografía y tampoco resonará mucho en el público.
Lejísimos de Cinema Paradiso (1988) o lo que hizo Scorsese con Hugo Cabret (2011) o más recientemente Spielberg con The Fabelmans (2022).
En definitiva, es una buena película donde los amantes de la experiencia de ir al cine encontrarán un plus, pero no mucho más que eso.