Incendies

Crítica de Diego Faraone - Denme celuloide

Luminosa y lacerante

Se estrena "Incendies", profundo, polémico y multipremiado drama canadiense que ya se perfila como una de las mejores películas de este año. Basándose en una obra teatral del libanés Wajdo Mouawad, el director Denis Villeneuve logra un portentoso despliegue audiovisual que, conjugado con una atrapante temática reconciliadora y antibélica, no dejará a ningún espectador inalterado.

“En el fuego vencido/ ya no hay rasgos humanos,/ no hay bocas gritando,/ no hay huesos destruidos,/ ni narices ni rodillas./ Todo se transforma/ en materia sombría/ untuosa y anónima donde intentamos/ leer en vano. La ceniza/ no tiene nombre./ Sin embargo la conocemos/ en lo profundo del esqueleto/ sin embargo cae, despacio/ y cubre nuestros rasgos”.

(“La ceniza no tiene nombre”, Lasse Södeberg, Suecia, Estocolmo, 1931.)

Desde su escena inicial, la película logra un efecto hipnótico y desestabilizador. Con el melancólico tema de Radiohead “You and whose army”, la voz cadenciosa de Tom Yorke recuerda sobre la alarmante capacidad del hombre para olvidar cosas. Mientras, observamos a un grupo de niños desarraigados a quienes, como en una procesión, les rasuran las cabezas una a una. La cámara lenta da una sensación de irrealidad, de ensueño. Pero de pronto uno de ellos mira fijamente a cámara; lo artificioso de la escena se ve resquebrajado por una súbita sensación de emergencia. Hay algo incómodo en ese rostro; su intensa mirada penetra, interpela al espectador señalándose a sí mismo: aquí estoy. Ese impactante comienzo da las pautas de que nos vamos a encontrar con una película concebida con muy buen gusto e impecable factura, y también con una atípica obra de autor, repleta de significación.
La historia comienza en Canadá, en la actualidad. Tras un profundo mutismo, una mujer, Nawal (Lubna Azabal) muere. El notario Lebel (Rémy Girard), les lee a los hijos adultos Jeanne y Simon (Mélissa Désormeaux-Poulin y Maxim Gaudette) una extraña última voluntad, al tiempo que les entrega dos sobres cerrados. Deben encontrar a su padre, al que creían muerto, y a su hermano, cuya existencia ignoraban, y entregarles a ambos dichos sobres. Es así que la hija decide emprender una travesía por algún impreciso lugar de Oriente Medio y tiene lugar una pesquisa en la que empieza a comprender las terribles circunstancias que la precedieron y que determinaron su vida. De esta manera, la película se centra en Jeanne, su investigación de tipo policial en la que cada paso trae una nueva revelación, y paralelamente, en la madre recorriendo los mismos parajes, en una inhóspita guerra civil entre cristianos y musulmanes, mucho tiempo atrás, por los años setenta. El espectador, de esta manera, visualiza hechos de los que la hija nunca logra enterarse, o de los que sólo se enterará a medias, sin nunca poder completar la totalidad del cuadro. Los “incendios” del título, refieren al abrasador poder destructivo de las guerras y las masacres en general, aquellos que enquistan un trauma, anulan la expresión y amputan la capacidad de recordación, impidiendo un correcto registro histórico. A los estragos que calan tan hondo como para que sus secuelas se reproduzcan generacionalmente. La tarea de reconstrucción de la protagonista es terriblemente ardua; los testigos la destratan, se cierran en sí mismos y en principio se niegan a dar detalles sobre miserias pasadas. Si finalmente se llega a una resolución es, ante todo, porque el azar jugó a favor. Enfrentar fantasmas, deambular entre escombros, escrutar ilegibles cenizas de fuegos atroces, son las imperiosas tareas de semejante travesía.
La omisión del nombre del país en que se ambienta la película busca dar una dimensión universal a la historia. La guerra civil del Líbano que hubo entre los años setenta y noventa se ajusta a lo descrito, pero en determinado momento en un vidrio puede leerse “Palestina” y varias veces puede verse su bandera. Los nombres de las ciudades que se mencionan pertenecen a distintos países árabes, y el campo de refugiados que aparece y los bellos paisajes semi-desérticos pertenecen a Cisjordania. En cualquier caso, los indicios son variados y hasta contradictorios, y es evidente la voluntad de anular la especificación geográfica.

Incendies fue nominada al oscar a mejor película extranjera, premio que al final fue entregado a la danesa In a better World, de Susanne Bier. Pero vale decir que en cuanto al poder de impacto, difícilmente haya tenido un contrincante digno, y la película regala escenas inolvidables y devastadoras. Una brillante escena dentro de un autobús rememora al mejor Hitchcock y le agrega dosis de pavor y adrenalina; cerca del final, resulta único e inesperado un diálogo entre hermanos en el que tiene lugar una revelación matemática horrorosa. Incendies es de esas películas que llaman a la reflexión y a la sugerencia, pero también de las que exponen la creencia de que el cine llega y levanta vuelo cuando hay para ofrecer un guión poderoso, personajes fuertes, espectacularidad, cuidado y belleza formal. Luminosa y cortante como una hoja de afeitar, es también de ésas que duelen y dejan sus marcas.
No es difícil señalar, de todas maneras, algunos elementos defectuosos. El intrincado guión plantea, desde el vamos, serios problemas de verosimilitud –¿para qué Nawal querría dejar semejante legado a sus hijos?, ¿y cómo podría darse tal acumulación de casualidades en tan errática pesquisa?-. A algunos espectadores les podrá sonar rebuscada la traumática historia de Nawal, pero también es la clase de anécdotas de las que se suele oír eventualmente y que invitan a recordar que la realidad suele ser más increíble que la ficción. La guerra, además, mueve muchas veces a ramificaciones abominables como las que se exponen. Una de las críticas más duras a la película que puede leerse en Internet fue publicada en Página 12 bajo el título “La guerra hecha un culebrón sensacionalista” y está firmada por la aguda pluma de Horacio Bernades. Aunque el autor comete el horrendo crimen de contar despreocupadamente y sin ninguna advertencia la fulminante vuelta de tuerca final, también hace valiosos apuntes: “Hay algo de la teoría de los dos demonios en la muy alegórica doble pesadilla que Nawal ha debido afrontar, antes del alivio del exilio. Y es de una peligrosa superficialidad política la idea de una mujer que se hace guerrillera para cumplir con una venganza personal.” El señalamiento no es menor, y cierto es que a muchos espectadores podría hacerles ruido. Está en cada uno resolver si puede desestimarse este aspecto teniendo en cuenta la imponente factura formal y estructural o si renegar de la película toda considerando el estridente detalle.