Lo que trae el drenaje
De aquella colección de directores que supieron ser representantes del extremismo europeo de la década pasada y toda esa hermosa carnicería volcada al suspenso y el shock sensorial, léase un colectivo variopinto que incluyó a Xavier Gens, Pascal Laugier, Neil Marshall, el dúo Julien Maury/ Alexandre Bustillo, Fabrice Du Welz, James Watkins y la dupla David Moreau/ Xavier Palud, entre tantos otros, Alexandre Aja fue el único que se sintió cómodo trabajando en el mainstream en general y en Hollywood en particular, llegando incluso a sacar provecho de los distintos encargos que surgían dentro de la industria en materia de remakes y/ o los géneros más populares del momento. Siempre con su corazoncito puesto en el horror de cadencia gore y un erotismo más o menos explícito que suele aparecer o desaparecer según la libertad de la que goza en cada epopeya, el señor después de dos propuestas en su Francia natal, las geniales Furia (1999) y Alta Tensión (Haute Tension, 2003), se embarcó en una interesante serie de reversiones, compuesta por Despertar del Diablo (The Hills Have Eyes, 2006), Espejos Siniestros (Mirrors, 2008) y Piraña 3D (Piranha 3D, 2010), y luego en dos obras bastante más bizarras, las también atractivas y bellas Cuernos (Horns, 2013) y Las 9 Vidas de Drax (The 9th Life of Louis Drax, 2016).
Precisamente, considerando el sustrato experimental de los dos opus anteriores y su mezcla inconformista de formatos opuestos sin demasiados mojones retóricos en los que asirse a nivel de esa tragicómica previsibilidad que muchos buscan en la gran pantalla, bien se puede decir que ahora el director apuesta a un regreso al cine de género hecho y derecho aunque de nuevo desde su peculiar interés, tratando de buscarle una vuelta de tuerca al asunto para que las viejas fórmulas que conocemos de sobra no pierdan el encanto y puedan seguir atrapando al espectador: Infierno en la Tormenta (Crawl, 2019) cuenta tanto con uno de aquellos personajes femeninos fuertes de los comienzos de la trayectoria del francés como con una buena dosis de truculencias marca registrada englobadas en un nerviosismo narrativo muy bien apuntalado, combo que en esta oportunidad responde a una mixtura ridícula -y por ello divertida- de las clásicas aventuras de catástrofe, ahora con un huracán categoría cinco atacando el Estado de Florida, y el enclave semi ignoto para el público masivo de las películas de cocodrilos, una tradición que se remonta a las primigenias Eaten Alive (1976), The Great Alligator (Il Fiume del Grande Caimano, 1979) y Alligator (1980) y que llega hasta las más recientes Lake Placid (1999), Black Water (2007) y Rogue (2007).
La historia es diminuta a más no poder y apenas si involucra a la nadadora profesional Haley (Kaya Scodelario) yendo a chequear qué le ocurrió a su padre, Dave (Barry Pepper), debido a que no contesta su teléfono, lo que implica recorrer rutas anegadas en medio del vendaval, saltearse controles en el camino y meterse en una zona que ha sido evacuada casi por completo. Cuando la mujer finalmente halla malherido a su progenitor en la que fuera la casa familiar antes del divorcio de turno, asimismo descubrirá que el lugar está repleto de cocodrilos que llegaron a través del drenaje y gracias a la inundación por el temporal. El también mínimo desarrollo de personajes pasa por la sensación de culpa de Haley en lo que atañe a la separación de sus progenitores, ya que ella siempre se identificó más con el padre, quien además supo actuar como su entrenador y supuestamente descuidaba a su parentela por ello, mientras que su hermana, Beth (Morfydd Clark), está más en sintonía con la madre del clan y hasta tiene un bebé propio para subrayar esta oposición entre carrera profesional y maternidad símil ama de casa, dos opciones eternas para las féminas que pueden o no desplegarse en simultáneo. La película combina lo que ocurre en el lugar donde padre e hija están atrapados, el espacio que suelen dejar los yanquis para el cableado, tuberías y demás entre el suelo y el piso propiamente dicho de la casa, y un exterior de la residencia que sirve para acumular cadáveres, como unos jóvenes que se llevaban un cajero automático y un par de rescatistas que de sopetón también terminan pasando a mejor vida.
Infierno en la Tormenta es eficaz en lo suyo y realmente muy entretenida porque no le sobra ni un minuto, algo muy poco habitual en nuestros días de realizaciones que parecen agregar escenas y sobreexplicaciones cual compulsiones tontuelas en vez de necesidades narrativas concretas, no obstante a decir verdad constituye una de las faenas menos despampanantes de Aja, quien por un lado aquí supera al grueso de sus colegas en materia de suspenso y espectáculo minimalista y por el otro no consigue igualar lo hecho por él mismo en ocasión de -por ejemplo- las mucho más desatadas y gloriosamente trash Alta Tensión, Despertar del Diablo y Piraña 3D, frente a las cuales la película que nos ocupa hasta parece algo conservadora. De todas formas el film resulta más que rescatable y el francés sabe aprovechar a Scodelario, una actriz inglesa tan linda como talentosa capaz de sostener gran parte del fluir del relato con su rostro y su cuerpo, amén de esos cocodrilos de CGI bastante convincentes y de los que no se abusa a lo largo del metraje. Por supuesto que la experiencia no posee ni un gramo de originalidad y que el guión de Michael y Shawn Rasmussen, aquellos de Atrapada (The Ward, 2010) de John Carpenter, el que sin duda sigue siendo su mejor trabajo a la fecha, no es precisamente una joya del arte dramático, sin embargo ello no importa en una gesta de supervivencia de estas características en donde el éxito pasa por la ejecución del director y la presencia escénica del protagonista en cuestión, dos ítems que no fallan en esta odisea de los drenajes, los recovecos edilicios y similares…