La reeducación del público.
Resulta meritoria la disposición ética/ profesional con la que los hermanos Joel y Ethan Coen han encarado su carrera, siempre combinando proyectos con un cierto sex appeal masivo con otros más crípticos que obedecen a una lógica casi suicida para los patrones actuales del mercado cinematográfico. Dejando atrás el periplo industrial de la primera mitad de la década pasada, la etapa que se abrió con la extraordinaria Sin Lugar para los Débiles (No Country for Old Men, 2007) retomó la senda habitual y su “devenir doble” intermitente. Inside Llewyn Davis (2013) es su gran regreso después de tres años sin filmar, una vez más testeando los límites concretos del consumo popular y la crítica de pocas luces.
Como si se tratase de una “versión musical” de Barton Fink (1991), aunque con un registro naturalista y sin aquel sadismo del desenlace, la película nos ofrece un retrato meticuloso del protagonista de turno, un autodidacta del folk propenso al escapismo insensato y con múltiples tribulaciones: su disco solista no vende tanto como el de su antiguo dúo (de hecho, su compañero se suicidó saltando de un puente), gana una miseria tocando en el circuito arty de clubs de New York (no tiene un lugar fijo donde dormir), y sus diversos problemas con las mujeres están a la orden del día (los que incluyen una relación tensa con su hermana, tener que pagar un aborto y descubrir que es padre de un niño de dos años).