UN PERRO LAMIENDO LA SANGRE DE UN QUIRQUINCHO
Una teoría: durante el proceso de investigación para un documental sobre una comunidad indígena, los miembros de un equipo de realizadores son testigos de cómo sus propios prejuicios, y sus distintas concepciones de lo “políticamente correcto”, determinan y moldean la manera en que la comunidad queda retratada en la pantalla. Deciden que trabajar sobre ese conflicto (el problema de quién elige la porción de realidad que se recorta, y cómo elige mostrarla) es quizás más interesante que el documental mismo, y terminan realizando una película al respecto.
A pesar de no ser más que una especulación de quien suscribe, los resultados de Insula parecieran ajustarse a este origen accidental. La película de María Onis se inscribe dentro de una larga tradición de films que se encargan de mostrar el detrás de escena de la producción cinematográfica, ya sea para exponer los pormenores de una filmación, para desentrañar “la magia del cine”, o para hablar de los recovecos burocráticos de la industria. La premisa de Insula nos ubica en una comunidad wichi, donde una pareja de documentalistas sigue con su cámara las tareas cotidianas de los habitantes. En un film que no alcanza los 90 minutos, es llamativo el tiempo que se toma la directora para plantear su conflicto. Los planos se demoran sobre la naturaleza, los cuerpos y los rostros, casi como si lo que estuviésemos viendo fuese realmente un documental. La ficción irrumpe discreta, con apuntes breves de voces que discuten lo que vemos, hasta que finalmente llegamos al núcleo del relato: en la sala de edición, la pareja conformada por Juli y Fran (interpretados por María Soldi y Francisco Benvenutti) no logran ponerse de acuerdo sobre qué mostrar, y en sus conversaciones salen a la luz ideas sobre la estigmatización de la comunidad, o la tolerancia del público a ciertas imágenes, entre otros conceptos que rondan la cuestión de la corrección política en el cine.
Si la premisa es interesante, porque intenta escarbar en el modo en que se piensan los discursos que después vemos reflejados en una película (y cómo esos discursos se ven afectados por cuestiones de agenda o por miedos coyunturales), la ejecución de esas ideas por parte de la directora lleva a Insula a convertirse en una escalada de aburrimiento y confusión. El registro documental se intercala con las discusiones de la pareja sin mucha fluidez, y de manera inexplicable también vemos lecturas de poesía a cargo de Naty Menstrual y Fernando Noy. Podemos pensar que se trata de dar pistas sobre la vida blanca y palermitana de los protagonistas, algo sobre lo que película intenta una suerte de posición (chicos bien, universitarios, contrastados con una comunidad indígena a la que se acercan sin poder despegarse de cierta condescendencia de clase), pero que se diluye en la construcción poco esmerada de una mirada autocrítica. El efecto es curioso: las lecturas poseen una belleza y una consistencia que permanecen aisladas del resto del relato, que por lo general se debate entre el tedio y la apatía; su presencia es efectiva, pero también antojadiza.
Hacia el final, con una secuencia bastante arbitraria que termina por dejar mal parados a los protagonistas, Onis concluye lo que parecería ser el boceto de una película, con actuaciones desganadas (Soldi hace lo que puede, y aun así se ubica muy por encima de lo que ofrece Benvenutti), y una notable desorientación a la hora de elegir qué es lo que quiere contar. Se entiende que el patetismo imperante sea buscado, pero la pereza y la falta de humor, en una propuesta que se pretende ácida, son contras que no pueden dejarse de lado. La directora termina por emparentarse con sus personajes, que no consiguen encontrar el enfoque adecuado para su documental. Lo que queda de este lado es aguantar hasta los créditos, y después a otra cosa.