Verborragia y filosofía cósmica
Quizá sea el comienzo de una moda, y dentro de cinco años estemos absolutamente hartos de la última película de ciencia ficción espacial aderezada con pretensiones alegóricas o filosóficas, con humanos abocados a emprendimientos heroicos en confines siderales. Seguramente Interestelar* no existiría si antes no se hubiera hecho Gravedad, y es de suponer que no falte mucho para que surjan otros proyectos cinematográficos de este tenor, quizá manteniendo un buen nivel, quizá peores. El punto es que muchas veces lo que sorprende y parece novedoso al momento de su estreno (en el sitio IMDb esta película ya cuenta con un promedio de 9.1, situándose en el puesto número once de películas de todos los tiempos mejor votadas por los usuarios), con los años pierde su brillo aparente en contraste con el resto.
Por esto, no convendría dejarse llevar por euforias masivas ni entusiasmos fanáticos, y observar qué méritos concretos puede tener. Al director Christopher Nolan (Memento, El origen, las nuevas Batman) hay que reconocerle unos cuantos atributos, y que haya sabido depurar su estilo acabando con buena parte de sus carencias. Su tendencia al montaje hiper-veloz y atropellado en varias de sus anteriores películas volvía confusa algunas de sus secuencias, pero aquí esta falencia parece resuelta, con una trama que además se da tiempo para presentar a los personajes, sus vínculos afectivos y sus inconvenientes circunstanciales.
Los problemas surgen cuando empiezan el viaje al espacio y a sucederse los cambios de planes, que requieren largas y cansinas explicaciones por parte de los personajes. No contentándose con plantear reflexiones trascendentales sobre el amor, las paradojas temporales y los diversos grados de sacrificio humano, Christopher Dolan y su hermano Jonathan decidieron desplegar en el libreto una verborragia para fundamentar todos y cada uno de los giros que se suceden, algo que no es necesario si se confía realmente en las herramientas expresivas del medio; Kubrick en 2001: odisea del espacio lo comprobaba con un mutismo ejemplar.
Los méritos emergen de a ratos: hay varias notables escenas de acción, como cuando el equipo debe escapar de una ola gigante en un planeta hostil o en la escena en que la nave debe acoplarse a una estación espacial que gira descontroladamente en el vacío, lanzando residuos en todas direcciones (y eso que Gravedad nos enseñó muy gráficamente que de estos fragmentos conviene huir despavorido). El vínculo padre-hija es el sustento emotivo de la película, y provee una tensión constante que pesa como un lastre considerable con cada traspié de la misión. Un error le cuesta a los astronautas 23 años de vida y el protagonista debe abrumarse en un instante con los videos que le grabaron sus hijos durante todo ese intervalo, en una escena brillante y sobrecogedora.
Lo que contrasta brutalmente es lo dolorosamente honesta y verosímil que es Interestelar cuando habla de apocalipsis, de errores humanos, de engaños, egoísmos, traiciones, soledades y tristezas inconmensurables, y lo forzada y hasta delirante que se torna cuando plantea una visión idílica sobre la fuerza milagrosa del amor, salvatajes inconcebibles, interconexiones espacio-temporales cósmicas y revoluciones científicas y tecnológicas que superan todas las expectativas y toda frontera imaginable. Quizá el desenlace satisfaga a algunos espíritus optimistas, pero quienes somos más bien escépticos a que las grandes adversidades y calamidades de mundo se salvan con amor, fortaleza de espíritu y fórmulas mágicas, no podemos evitar salir del cine con el ceño fruncido.