Interestelar

Crítica de Marcos Rodriguez - CineFreaks

Flotando entre la nada

Nolan lo hizo de nuevo: con todo el poder que le confiere su aparente estatuto de “gran nombre” en la industria de Hollywood, vuelve a entregar uno de esos absurdos, complicados y pretenciosos aparatos que quiere hacer pasar por películas. Cargada de grandes nombres (una enorme colección de actores enormes en los que probablemente sean sus peores papeles de sus carreras colectivas), cargada de arbitrariedades y leyes argumentales que deben explicarse cada 15 minutos, ahogada en música grandilocuente y en frases disqueprofundas, Interestelar se mueve como elefante marino fuera del agua, sacudiendo sus carnes sobredesarrolladas para intentar avanzar. La pantalla lo sufre, el espectador lo sufre, a juzgar por la expresión que tiene a lo largo de toda la película, Matthew McConahey también lo sufre. Tres horas (que parecen 15) para que la nena resuelva los problemas de su relación con papi y para que nosotros aprendamos cuál es el sentido de la vida.

Casi como si se tratara de una remake punto por punto de El origen (habría que probar proyectar las dos películas una sobre la otra, a ver qué pasa), esta vez en Interestelar el grupo de aventureros no se adentra en las profundidades profundas de la mente humana, sino que se lanzan al espacio, un lugar que al parecer se parece bastante a la mente humana (sobre todo en sus arbitrariedades y en la facilidad con la que el tiempo y el espacio se acomodan para que los personajes puedan manifestar y solucionar todos y cada uno de sus conflictos emocionales). Hay una misión que al principio parece clara, una vez que el grupo se embarca surge el primer conflicto inesperado que cambia todos los parámetros de la misión, el grupo decide seguir adelante y cuando parece que todo se va a resolver viene el giro de tuerca, todo parece haberse arruinado pero es entonces donde interviene la fortaleza del espíritu humano y el grupo decide seguir adelante, arriesgarse, sacrificarse para intentar lograr su objetivo a pesar de los peligros que conlleva. Entonces aparece una nueva vuelta de tuerca que permite que todo lo que parecía que iba a salir mal se resuelva de forma tersa y absurda (este es el punto en el que las arbitrariedades del guión de Nolan se explican y atan todas juntas en una motivación única y llena de fuegos artificiales, para que el espectador termine de comprender el mensaje de vida), y al final todo termina bien o, por lo menos, de forma consoladora. En el medio, exploramos el universo y el universo de los sentimientos, y vimos un despliegue gigantesco de efectos especiales (enormes, detallados, aunque sin demasiada fantasía, la verdad sea dicha).

La película, por supuesto, está cargada de referencias a los hitos más importantes y más pretenciosos de la ciencia ficción y del cine en general: desde 2001, odisea en el espacio (con naves que giran al son de la música clásica) hasta El árbol de la vida (Malick en el despliegue de lo peor de sí), solo que esta vez las computadoras parlanchinas, tan posmodernas ellas, vienen con sentido del humor. Un sentido del humor que molesta y que los personajes de la película se preocupan por ir disminuyendo (de forma explícita) a lo largo de la película, casi como si el humor le molestara a Nolan (por más limitado que sea). Es que probablemente un aparato tan aceitado, trágico y trascendental como Interestelar no podría sobrevivir a la inclusión de elementos ligeros, circunstanciales, humanos; en definitiva: vivos. Nada puede entrar en Interestelar que no sea una pieza del engranaje tan compleja y cuidadosamente construido para asombrar al espectador con todas sus implicaciones filosóficas y para arrastrarlo al mismo tiempo a un supuesto viaje emocionante, que entretiene y educa al mismo tiempo.

El resultado es una maquinaria estéril, un juego de astucia desplegado a expensas del espectador para que se sienta pequeño y emocionado a la vez con tanto sentimiento acompañado de violines, con tanto plano de estrella, universo y agujero negro. El verdadero agujero negro, por supuesto, es la propia Interestelar: un punto del que no escapa ni la luz, un (supuesto) secreto insondable que esconde las respuestas a todas nuestras preguntas. Incluso si esas respuestas son lo más banal que podríamos esperar.