De Nolan y otros demonios
Interestelar nos presenta un futuro distópico que poco a poco comienza a quedarse sin recursos, donde a partir de una serie de anomalías y por algunos mensajes que a primera vista parecen fantasmagóricos , el ingeniero, granjero y piloto Cooper (Matthew McConaughey) da con las coordenadas de una de las estaciones de investigación de la NASA. Sí todo muy creíble Nolan. Una vez allí conoce a la doctora Brand (Anne Hathaway), y a su padre (el siempre joven Michael Caine) quienes le informan acerca de una misión espacial que él deberá pilotear cuyo objetivo es encontrar algún planeta que tenga características habitables y permita trasladar o bien poblarlo con óvulos humanos congelados.
Cooper y Brand emprenden la misión junto a Doyle (Wes Bentley) y otro científico (David Oyelowo) para en primer lugar, visitar los planetas que antiguos compañeros han investigado y de los cuales aún reciben señales y reportes. A partir de ese momento se plantea como conflicto principal la dificultad de Cooper de separarse de sus seres queridos (su hija de diez años, y su hijo de unos quince) tal vez para siempre, por un potencial bien para salvar a la raza humana, o bien morir en el intento.
Sin embargo este dilema o momento de encrucijada jamás se percibe. Se habla y se escucha sobre esa dualidad, pero el perfectamente calculado -y congelado- guión se encarga de volver técnico un hecho sentimental, por lo que es difícil que el espectador llegue a sumergirse en la historia, y mucho menos probable que genere empatía con los personajes y sus padecimientos. Allí reside uno de los principales problemas de Interestellar: se aborda desde la lógica, una cuestión puramente pasional o visceral (tal vez el único intento de emoción real lo brinde la insípida Hathaway al querer ignorar los datos favorables, e intentar dirigirse a un planeta sólo para buscar a quien una vez fue su amor).
Una vez más Nolan disfraza una drama romántico como ciencia ficción, pero no porque quiera conscientemente esto, sino porque pareciera que apunta a encontrar – o intentar esbozar- una respuesta a la cuestión humana del amor. Jacques Lacan retomando a Platón utiliza en sus seminarios el concepto de metáfora del amor (El amor surgirá con la transformación del erómenos en erastés), a diferencia de él, Cristopher Nolan quiere responder a una cuestión irracional, hormonal y natural como es el amor desde un teorema o bien a través de una ecuación matemática, y tampoco lo logra.
Como si esto fuera poco, este fallido resolutorio también trae aparejados distintos elementos típicos del cine de Nolan: las sobre-explicaciones pretenciosas (entre personajes, y desde los personajes al espectador) que se suceden durante todo el film, la reiterada enunciación de un poema con varios clichés de Dylan Thomas, o bien la música exagerada y excesiva.
Sí, definitivamente lo más irritable de esta nueva producción del director de The Dark Knight (la única película de Batman hecha por Nolan que merece volver a ser vista) es la música a cargo de Hans Zimmer. ¿Por qué? Porque la música esta presente en todo momento, de forma avasallante que pareciera indicarnos “viene la emoción”, “va a explotar algo”, “en este momento deberías llorar”, etc, etc, etc; para así volver a indicarnos que el único que sabe lo que pasa, como y porqué pasa es Nolan. Nosotros como espectadores sólo tenemos la opción de mantenernos pasivos ante las esclarecedoras explicaciones que los perfectos y grandilocuentes -pero vacíos- planos y diálogos nos brindarán.
¿Imaginación o libre interpretación? Si pretendemos eso, tal vez seamos muy hippies para ver el cine de Nolan. Una pena.