Armonía y amplitud
En Invasión zombie (Busanhaeng, 2016), al igual que en la también maravillosa The Wailing (Goksung, 2016), se unifican la vitalidad del cine surcoreano y una más que bienvenida recuperación cualitativa por parte de la fábrica de sustos del séptimo arte…
Recientemente hemos disfrutado de una verdadera catarata de películas de terror que han levantado la vara del género una vez más, ratificando que la diversidad es una de las mayores riquezas que nos puede regalar el cine y que la calidad y el público masivo todavía pueden ir de la mano. En plan de hacer justicia, sin duda en primera línea se ubican las extraordinarias No Respires (Don’t Breathe, 2016), Miedo Profundo (The Shallows, 2016), Cuando las Luces se Apagan (Lights Out, 2016), Somnia: Antes de Despertar (Before I Wake, 2016), Avenida Cloverfield 10 (10 Cloverfield Lane, 2016) y La Bruja (The Witch: A New-England Folktale, 2015). Ya un poco más rezagadas, acompañan este derrotero triunfal 12 Horas para Sobrevivir: El Año de la Elección (The Purge: Election Year, 2016), El Conjuro 2 (The Conjuring 2, 2016), Goodnight Mommy (Ich Seh Ich Seh, 2014), Cuando Despierta la Bestia (Når Dyrene Drømmer, 2014) y El Niño (The Boy, 2016), toda una segunda camada que termina de delinear un período de inusitado esplendor para el horror.
Ahora bien, Invasión zombie (Busanhaeng, 2016) viene a ser algo así como la frutilla del postre, un trabajo exquisito que logra destacarse en un subgénero que a esta altura parecía bordear el agotamiento definitivo, el de los zombies. Antes que nada conviene aclarar que hablamos de un representante de una de las cinematográficas nacionales más interesantes de las últimas dos décadas, la surcoreana, y que el film en cuestión es la primera aventura en “live action” de Yeon Sang-ho, un director muy talentoso que se hizo conocido en el ámbito internacional por una trilogía de animación nihilista compuesta por The King of Pigs (Dwae-ji-ui Wang, 2011), The Fake (Saibi, 2013) y la flamante Seoul Station (2016), una especie de precuela del opus que hoy nos ocupa. Aquí el realizador por suerte se abre del abanico de referencias de los exploitations de The Walking Dead de los últimos años, un espectro fallido que va desde la megalomanía de Guerra Mundial Z (World War Z, 2013) hasta la intimidad hogareña y estéril de What We Become (Sorgenfri, 2015) y Viral (2016).
Suprimiendo esa insistencia para con las escenas de acción cronometradas y todos los clichés melodramáticos de índole familiar, Invasión zombie toma prestada la desesperación y el humanismo de Escape en Tren (Runaway Train, 1985), de Andrey Konchalovskiy, y la colección de dardos contra las injusticias detrás de la estratificación social capitalista de Snowpiercer (2013), del enorme Bong Joon-ho. El relato comienza con un prólogo que apenas si nos ofrece un mínimo adelanto de lo que vendrá: el conductor de una camioneta es obligado a detenerse en una estación de control, donde le informan vagamente que se produjo una “fuga” en algún punto de la ruta, luego de lo cual atropella por accidente a un ciervo y se marcha sin percatarse que el susodicho -segundos después- se levanta con sus ojos emblanquecidos. Casi toda la faena posterior transcurre a bordo de una formación infestada de zombies del KTX (Tren Expreso de Corea), en viaje de Seúl a Busan, en la que coinciden la necesidad de sobrevivir, la desigualdad y el canibalismo de los seres humanos.
Como hizo anteriormente con el sistema educativo, la milicia y la religión organizada, hoy Yeon analiza sin ningún prurito el egoísmo y la brutalidad de la sociedad coreana mediante el comportamiento de determinados personajes, aunque en esta oportunidad dejando la puerta abierta a la esperanza vía el amor filial. Los núcleos protagónicos centrales se corresponden a dos familias, la primera encabezada por Seok-woo (Gong Yoo), un gerente financiero divorciado que suele desatender a su pequeña hija Soo-an (Kim Soo-an), y la segunda representada por Sang-hwa (Ma Dong-seok), un esposo de clase obrera que viaja junto a su mujer embarazada Seong-kyeong (Jeong Yu-mi). Muy por encima de las rencillas de los hombres durante el transcurso de la odisea, en función del individualismo contraproducente de Seok-woo y la rudeza todo terreno de Sang-hwa, el verdadero villano de la historia no es el influjo de los cadáveres rabiosos sino un tal Yong-suk (Kim Eui-sung), un CEO exasperado y artífice de masacres colaterales por paranoia y ventajismo.
Train to Busan: Armonía y amplitud - Semana de Cannes en Buenos Aires 2El cineasta hace absolutamente todo bien y va superponiendo dimensiones retóricas con una naturalidad envidiable: aquí la sucesión de tragedias se condicen con los comentarios sociales propuestos, el desarrollo de personajes y un cúmulo de secuencias de acción que no sólo jamás se sienten forzadas sino que -por el contrario- llaman la atención por su pertinencia y originalidad. En esencia estamos ante la antítesis del modelo hollywoodense y su pomposidad redundante y demasiado bobalicona, debido a que los engranajes de Invasión zombie funcionan en perfecta armonía y el relato aprovecha la totalidad de la amplitud inconformista del terror, sin limitarse a los facilismos que suelen imponer los autómatas de marketing de los grandes estudios. Yeon, al igual que los directores de los films que mencionábamos al inicio, enfatiza la urgencia de un estatuto autoral en el cine industrial, en pos de eliminar el esquema desgastado de una producción multitarget que pretende dejar a todos contentos y que para colmo resulta deficitaria, siempre generando vergüenza ajena…