El pasto de la política
Podría parecer paradójico: el último director clásico de cine sigue entregando películas que resultan inclasificables. ¿Qué es Invictus, una película histórica, una película sobre deportes, una película política, un alegato contra la violencia y el odio social? ¿Una película sobre la compasión y el perdón? Eastwood es un director clásico porque cree sobre todas las cosas en la historia que está contando. Y en este caso la historia está basada en hechos reales: la liberación de Nelson Mandela de la cárcel; su elección como presidente, la situación de Sudáfrica después del apartheid y, sobre esto, el mundial de rugby de 1995 que se celebró en Sudáfrica. La sorpresa que puede sentir el espectador al leer esta (u otra) sinopsis es la misma que presentan unos cuantos personajes en la película: ¿qué tiene que ver la política con el deporte?
A Eastwood no le interesa tanto darnos respuestas como contar eso que nos quiere contar. Y en esta oportunidad el peso está puesto claramente sobre la figura de Nelson Mandela (muy bien interpretado por Morgan Freeman). Por momentos el Mandela de Invictus se parece a otros personajes de Eastwood (y, con esto, a personajes del western): un hombre solo que debe sobreponerse al mundo gracias a su fuerza de voluntad y a sus creencias. Pero aparece un elemento nuevo, que cada vez gana más peso en la obra de madurez de este director y que hasta ahora no se había articulado de forma tan clara: la compasión. ¿Cómo es que un hombre pasa 27 años encerrado en una carcel y sale dispuesto a perdonar? ¿Cómo es que Sudáfrica podría armar un futuro?
Son los detalles los que van construyendo esta película: los paseos matutinos de Mandela, la mirada de los guardaespaldas negros al recibir compañeros blancos, los chicos en la calle, el periodista deportivo, la casa y las conversaciones familiares de Francois Pienaar (interpretado por Matt Damon), el pasto de la cancha. Nada sobra en esta película y a la vez cada personaje parece tener vida propia. Solo un clásico puede hacer convivir sin roces en una misma película la historia general de un país (con toda su complejidad) y las vidas privadas de tantos personajes.
Posiblemente, el punto más objetable de Invictus sea el uso de la música, que por momentos tiende a resaltar demasiado ciertas escenas. Pero todo forma parte de la apuesta: Eastwood se ha decidido a abordar sin rodeos temas muy complejos y a la vez muy potentes. Esta mirada tan llana tal vez despierte recelos entre los espectadores, pero si la persona sentada en la butaca se atreve a dejarse llevar, descubrirá una película que se eleva a ritmo parejo hasta grandes alturas.