Querido amigo cuadrúpedo
Las expectativas acumuladas frente al nuevo proyecto de Wes Anderson eran cuantiosas desde el vamos debido a que su opus previo, El Gran Hotel Budapest (The Grand Budapest Hotel, 2014), fue una obra maestra extraordinaria que incluso superó a las mejores creaciones del realizador de lustros anteriores, léase Tres son Multitud (Rushmore, 1998), Los Excéntricos Tenenbaums (The Royal Tenenbaums, 2001), El Fantástico Sr. Zorro (Fantastic Mr. Fox, 2009) y Un Reino bajo la Luna (Moonrise Kingdom, 2012). El trabajo que da por terminada la espera de los fans, Isla de Perros (Isle of Dogs, 2018), no llega al nivel de calidad de El Gran Hotel Budapest pero tampoco podemos decir que defrauda ya que hablamos de una película encantadora e inteligente que combina el extrañamiento narrativo de siempre del director con otra fábula acerca de la defensa de los marginados sociales, la importancia de los seres queridos y la necesidad de luchar contra las injusticias.
En esta oportunidad el norteamericano retoma el maravilloso stop motion de El Fantástico Sr. Zorro para contarnos el hostigamiento que padecen los perros en el futuro en la ciudad de Megasaki, en Japón, donde el alcalde Kobayashi (Kunichi Nomura) decreta que todos los canes deben ser exiliados en la llamada “Isla de la Basura” bajo la excusa de que los cuadrúpedos se multiplican a una tasa más que alarmante y están casi todos abichados con una gripe muy peligrosa. La trama sigue el derrotero de Atari (Koyu Rankin), nada menos que el sobrino huérfano de 12 años de Kobayashi, en pos de hallar y rescatar a su mascota guardaespaldas Spots, quien junto con los demás perros de Megasaki fue trasladado sin piedad en una jaula y depositado entre montañas de residuos humanos. Ayudado por una jauría de cuatro canes domesticados y uno callejero con quien termina entablando un tierno vínculo, Chief (Bryan Cranston), el muchacho emprende la odisea de encontrar a su amigo.
Sin dudas este es el film más ambicioso a nivel temático de Anderson porque la impronta bien agitada del curioso devenir habilita diversas lecturas que variarán -y mucho- según los intereses de cada espectador: tomando el trasfondo de Los Perros de la Plaga (The Plague Dogs, 1982), aquel clásico de izquierda de Martin Rosen anti maltrato animal, y algo de las alegorías alrededor del nazismo de Maus, la genial novela gráfica de Art Spiegelman sobre un Holocausto representado vía una colección de especies animales, hoy el cineasta vuelca gran parte de lo anterior hacia el absurdo aunque manteniendo la seriedad en varios pasajes de la historia, los cuales por cierto pueden ser interpretados como una denuncia de la crueldad y los abusos de los seres humanos contra la naturaleza y/ o como un análisis sutil de esas “limpiezas” étnicas/ raciales/ religiosas/ culturales encaradas por determinados sectores en el poder contra colectivos sociales vistos como chivos expiatorios convenientes.
Ahora bien, considerando la permanente aclaración a lo largo del metraje en torno a que Kobayashi fue elegido por las mayorías, también puede trazarse un paralelo entre el villano y Donald Trump, otro payaso fascistoide convalidado por el voto popular, circunstancia que nos deja al amparo de opositores individuales como Atari o de pequeñas organizaciones como la aquí encabezada por la estudiante de intercambio Tracy (Greta Gerwig), quien se planta junto a unos jóvenes japoneses contra la escalada persecutoria de Kobayashi y su “solución final” de gasear a todos los canes de la Isla de la Basura. Un elemento muy grato del convite pasa por el hecho de que los humanos hablan japonés y los perros un perfecto inglés, una jugada que no tiene nada de imperialismo cultural y que funciona como una simple oposición retórica desde el respeto que subraya que todos los seres vivos se pueden entender si quieren, más allá de los modismos y mecanismos de comunicación de cada uno.
El elenco vuelve a estar plagado de muchos colaboradores habituales del realizador (Bill Murray, Edward Norton, Jeff Goldblum, Frances McDormand, Harvey Keitel, F. Murray Abraham, Tilda Swinton, Anjelica Huston, etc.) y la obra nos regala una nueva y hermosa tanda de tomas simétricas con los colores pasteles y el “diálogo” entre sujetos y fondos como ingredientes distintivos (además del stop motion tenemos segmentos animados tradicionales para las situaciones más difíciles de lograr con los muñecos, utilizando a la televisión como soporte). Anderson pierde en ocasiones la brújula narrativa y descuida un poco personajes secundarios que daban para más, sin embargo Isla de Perros es una joyita freak dentro del almidonado contexto cinematográfico contemporáneo, recordándonos que la experimentación formal y temática debería ser el horizonte del arte y que nunca debemos acostumbrarnos al delirio homicida de los engendros estatales y sus arrebatos mesiánicos…