El miedo como construcción social
It: Capítulo Dos (It: Chapter Two, 2019) sigue los pasos de la primera parte del 2017 porque nuevamente apuesta a un terror mainstream exagerado aunque muy bien focalizado a nivel narrativo y capaz de edificar un excelente desarrollo de personajes. Hablamos de uno de los poquísimos exponentes del horror industrial contemporáneo que ha sido pensado para espectadores adultos, tan preocupados por la atmósfera opresiva y el apuntalamiento del suspenso como por la cohesión de la historia, una que en esta oportunidad retoma los elementos fundamentales del mítico libro homónimo de 1986 del querido Stephen King, asimismo una fábula agridulce y bastante sádica sobre las paradojas del proceso de crecer en un pueblo chico que se inspiraba en diversas novelas de otra gloria de la literatura popular yanqui, Ray Bradbury, sin duda oscureciendo significativamente aquellas odiseas rurales de este último en pos de incorporar la obsesión de King con el andamiaje tenebroso que esconde la mundanidad y su potencial destructor a escala de los vínculos de los sujetos.
Todos los que conozcan la novela original y/ o la primera adaptación para televisión de 1990 ya sabrán de sobra de qué va esta segunda mitad del relato, ahora con los siete niños que conforman el Club de los Perdedores transformados en adultos, todos encabezados por Bill (Jaeden Martell de purrete, James McAvoy de grande), Beverly (las hermosas Sophia Lillis y Jessica Chastain) y Mike (Chosen Jacobs y Isaiah Mustafa). De hecho, es este último quien convoca al resto cuando comienzan de nuevo las desapariciones en Derry, a posteriori de los 27 años reglamentarios que deben transcurrir para que It/ Eso (otro gran trabajo de Bill Skarsgård) vuelva a la vida y pretenda nuevamente alimentarse del miedo de los chicos durante una temporada de caza que suele ser de un año. La trama está sostenida en las diferencias de carácter entre los personajes de esta odisea coral y en el acecho de cadencia surrealista al que los somete el payaso Pennywise, la principal encarnación de It al momento de tratar de enloquecer a los protagonistas para saciar su apetito y así vengarse.
Aquella algarabía preadolescente que luchaba contra adultos grotescos ahora se transforma en trauma y dolor negado/ semi olvidado en manos de flamantes adultos grotescos, lo que indica que el ciclo de la represión anímica y la memoria afectiva trágica llega a su cúspide y si no se enfrentan los problemas, todo derivará en la muerte de los involucrados. Este regreso de lo irresuelto bajo el ropaje de un ultimátum/ dilema -el lidiar con los fantasmas personales o el óbito- está simbolizado en el mismo clown, no sólo la representación retórica de la eterna maldad humana sino también una metáfora acerca del enorme peso que poseen la infancia y la adolescencia en la estructuración psíquica de los humanos y todos los animales; amén de los peligros en sí de una cotidianeidad que puede ser mil veces más terrorífica que cualquier cosa que podamos imaginar, sobre todo la pérdida del ser querido, la costumbre del maltrato hogareño o la mediocridad de la claustrofobia comunitaria en los enclaves que no permiten ningún tipo de crecimiento profesional por fuera de lo ya visto.
Por supuesto que desde el montaje, la música y la efervescencia de los CGIs se pretende subrayar a los jump scares bien a lo bestia y de manera permanente, no obstante por suerte esos instantes de máxima tensión siempre resultan funcionales a la progresión de la escena de turno y no adquieren la forma de ingredientes gratuitos autocontenidos, de esos a los que recurre el grueso del mainstream cual manotazos de ahogado para elevar el nerviosismo cuando el entramado narrativo en cuestión es de lo más endeble o rutinario o deslucido. El muy talentoso realizador y guionista argentino Andy Muschietti, también responsable del opus previo y de Mamá (2013), logra un desempeño parejo de todo el elenco -tanto de los actores infantiles como de los mayores- y sabe condimentar a la faena en su conjunto con correctos chispazos de humor negro y hasta atractivos detalles extra cinematográficos como la presencia de Xavier Dolan, el maravilloso Peter Bogdanovich y el mismo Stephen King, ahora ofreciendo uno de los cameos más hilarantes de todo su largo derrotero en pantalla.
Dejando de lado la ingenuidad de muchísimas coming of age del aparato hollywoodense actual, la película apuesta a analizar al miedo como una construcción social más que como una simple sensación que está ahí “porque sí” cual atavismo biológico inconsciente, sin duda pensándolo más como una imposición externa que se condice por un lado con las frustraciones y penurias del entorno inmediato (la familia, el barrio, el colegio, el trabajo, etc.) y por el otro con agentes corruptores que detentan un mayor poder que los individuos (otra faceta de It es la de representar a la industria del miedo que tantos “clientes” tiene hoy en día, esos palurdos que compran el discurso de la culpa, los chivos expiatorios y las mentiras paranoicas que utilizan los sectores hegemónicos de todo el globo para garantizar la sumisión de la población). En simultáneo pomposo y eficaz en su cariño y respeto para con la dimensión humana del asunto, el film además constituye un retrato impiadoso y muy certero de la masculinidad sin obviar su angustia, miserias y crueldades bien escapistas…