Cuestión de altura
La oferta del cine de aventuras, destinado a un público infantil o juvenil, y en 3 D, crece en cantidad pero, como en este caso, no en calidad. No es que “Jack, el cazagigantes” sea una mala película. Se podría decir que se deja ver, pero llega un momento en que la historia se torna tan previsible que aburre. Adaptada de “Jack y las habichuelas mágicas”, la película se dispara con un niño que sueña mundos imaginarios a partir de la trama de un cuento. Diez años después, todo se desanda a partir del derrotero de Jack y aparecen puntos de contacto entre el sueño de aquel niño y este joven aventurero. Bryan Singer, el mismo director de la saga de “X-Men” que ganó prestigio desde “Los sospechosos de siempre”, apeló más a los golpes de efecto que a contar una historia sensible y audaz. De este modo, quedarán en la retina del espectador la imagen del ojo del gigante en primer plano y en tres dimensiones, en detrimento de una aventura que invite a reflexionar o, simplemente, que conmueva. “Jack, el cazagigantes” es la vida de un peón agrícola que recibe unas raras semillas como paga a cambio de su caballo, sin saber que, en contacto con el agua, darán origen a unos tallos gigantescos y destructores. De una valentía inusitada y alentado por el amor de una bella princesa, Jack se enfrentará a desafíos impensados hasta entonces. Con muy pocas armas, deberá derrotar a una legión de guerreros liderada por un temible gigante de dos cabezas. El objetivo será liberar a un pueblo y que el reinado deje de estar en manos de los más perversos. Con actuaciones poco convincentes, apenas se destaca el rol de Stanley Tucci, como el malvado Roderick. El filme deja abierto al final una pista que abre el juego hacia una secuela. Un guiño que tiene más que ver con un deseo comercial que con lo que la historia realmente se merece.