Hubo un tiempo que fue hermoso…
La nueva película de Matt Damon sobre el personaje creado por Robert Ludlum continúa la búsqueda del espía por recobrar su identidad, algo que después de 4 películas resulta incomprensible.
Hubo un tiempo, hace década y media, en el que Jason Bourne se convirtió en EL espía del cine. Con un guión electrizante y secuencias de acción muy bien logradas, Identidad Desconocida (2002) y La Supremacía de Bourne se convirtieron en las películas del género a imitar incluso por los filmes de James Bond que rápidamente adoptaron los recursos visuales y narrativos instaurados por los directores Doug Liman y Paul Greengrass con gran éxito.
El cine de Greengrass, como se vio en las secuelas de 2004 y la de 2007 y en los films Vuelo 93 y Capitán Phillips es de una narrativa visual magnífica, que utiliza cámaras de mano para sumergir al espectador y las combina hábilmente con planos generales como para terminar de redondear la idea en el espectador.
Lo cierto es que la historia de Bourne parecía enterrada con el tercer filme, que cerraba casi de manera definitiva la historia; pero la ambición de Hollywood no tiene límites y, ante la negativa de Matt Damon de retomar el papel del espía –que lo convirtió en un referente de las películas de acción- se optó por crear una nueva historia protagonizada por Jeremy Renner que no terminó de funcionar por lo que los estudios Universal decidieron apostar más dinero y trajeron de vuelta no sólo al rubio sino también al director, como para que los fanáticos volvieran al cine.
Y lo cierto es que, como película independiente, Jason Bourne funciona más que bien: tiene suspenso y acción a raudales y cumple con todos los cánones de esta franquicia; pero como quinta entrega cansa. Y mucho.
Volver a colocar a Bourne en las mismas situaciones por la que ya pasó (la CIA persiguiéndolo por media Europa luego de que lo detecta por medio de cámaras y vigilancia de Internet, enviarle un asesino profesional mientras una ejecutiva de la agencia se anima a ayudarlo a la distancia) se parece más a la vigésimo sexta vuelta de un Grand Prix que a un evento cinematográfico.
No hay un minuto de este filme en el que el espectador no sienta que ya vio lo mismo por lo menos cuatro veces (las anteriores entregas más las todas las de Daniel Craig como James Bond más todos sus clones) y eso, a la larga cansa.
Ni siquiera las intervenciones de los siempre efectivos Tommy Lee Jones y Vincent Cassel, y ni hablar de la introducción de la bella Alicia Vikander, sacan a este film del sopor inevitable.
De todas maneras, si es la primera vez que se aproxima a un filme de este tipo, le va a gustar.